
Editorial del programa 365 de Razón de Estado
La historia nos cuenta que la libertad nunca se ha ganado en un día. Es fruto de años, décadas, generaciones enteras que soñaron con ella y lucharon por alcanzarla.
En la nación venezolana, el cansancio pesa, las pérdidas duelen, el tiempo parece enemigo; pero la historia también enseña que ninguna tiranía dura para siempre.
Venezuela conoce el precio de perder la libertad. Años de lucha, represión, persecución, exilio, cicatrices profundas. Familias rotas, vidas truncadas, esperanzas postergadas. Sin embargo, el espíritu de la libertad sigue vivo en el pueblo venezolano y presente en el testimonio de María Corina Machado, mujer ejemplar que jamás renunciará a la idea de una Venezuela libre, democrática y próspera
En la Venezuela de hoy, el hombre libre es aquel que entiende que resistir es ya un acto de victoria. Resistir en la calle, en la palabra, en la cultura. Resistir con la fe de que ningún régimen, por brutal que sea, somete la dignidad de un pueblo que se sabe dueño de sí mismo.
Es cierto que cada año que pasa parece una burla más, pero la noche más larga es la que precede al amanecer. Y cuando ese amanecer llegue —porque llegará— será porque Venezuela no se resignó.
La libertad, en la historia de los pueblos, rara vez se concede: se conquista. Y pronto, Venezuela será fuente de inspiración para América Latina, pues escribirá este capítulo de su historia con unidad, convicción y memoria. Unidad para que la fuerza no se disperse. Convicción para que las tentaciones del poder no sustituyan los principios. Memoria para no olvidar nunca lo que se perdió y lo que costará recuperarlo.
A fuerza de decretos, el tirano creyó abolir la gravedad. Suspendió instituciones, sometió a los jueces, aniquiló a la prensa, secuestró o asesinó la disidencia, destruyó la economía y convirtió eso que administra en un Estado criminal; pero nunca podrá someter a un pueblo que quiere libertad.
Una vez más, a la comunidad internacional, tan dada a declaraciones tibias y a sanciones vacías, basta de formas sin fondo y de diplomacia sin contenido. La cortesía no salva presos. Los comunicados no restituyen derechos.
Venezuela pide realismo moral, mecanismos con dientes para vigilar, plazos verificables, garantías que no dependan de la voluntad del mismo que incumple.
Así pues, no más coartadas, no más simulacros, no más reverencias a la fuerza bruta. Que cada gobierno decente actúe como si la libertad ajena fuera la suya. Eso, y no otra cosa, es civilización.