Editorial del programa Razón de Estado número 325.
Desde la fundación del mundo, los habitantes del planeta hemos dado pasos para construir una visión global común, interconectada, unificada. A pesar de todo, somos todos miembros de la misma especie, con las mismas necesidades, con los mismos sueños y ambiciones.
A pesar de las guerras, los tiranos y los negacionistas, a pesar de los ciclos de retroceso, cierre de fronteras y guerras comerciales; a pesar de cualquier cosa, el mundo imparable se mueve hacia la aldea global. Por unas o por otras, a las malas o a las buenas, estamos todos cada día más comunicados, mezclados y relacionados.
Si bien es cierto que las religiones universales y los imperios nos fueron globalizando a través de los siglos, es el dinero, sí, el dinero, en especial el dólar, el gran seductor que, por unas y por otras, ha hecho del mundo, aunque sea de contrabando, un mercado global.
Gente con diferentes credos e ideologías usamos el mismo dinero y consumimos, más o menos, las mismas cosas. ¿O no?
Ahora bien, la realidad hoy es que estamos pasando por un ciclo de desglobalización, reducción del comercio mundial y proteccionismo económico, y esto puede traer peligros graves de corto plazo. Sin embargo, como todo en la vida, este ciclo también pasará. En 50 años, por inercia, gravedad y demografía, Estados Unidos estará gobernado por sus minorías y Europa será más musulmana y africana que europea.
Si la geografía es el telón de fondo de la historia de la humanidad y el desarrollo de las naciones; y si es cierto que las montañas de América Latina han servido de supuestos muros de contención que protegen las culturas indígenas, escondieron a las guerrillas marxistas y sirven de cuevas para los carteles de la droga, también lo es que a medida que la degradación política se multiplica, el mundo se hace cada día más ingobernable. Estos son los verdaderos desafíos del mundo de hoy.
Me parece inmoral y hasta cobarde afirmar o defender que la geografía, el entorno socioeconómico o las características étnicas determinan nuestras vidas y la dirección de las corrientes migratorias.
Las naciones no son entes concretos, como sí lo son los individuos que las constituyen. Lo primordial, lo fundamental, el origen de la creación; es el individuo, es su libertad individual y la responsabilidad con que la lleva. Esto es lo que construye especies duraderas y civilizaciones exitosas.
La clave está en que aprendamos a vivir juntos los distintos, con respeto, en libertad.