260. Dionisio Gutiérrez: El espíritu de los tiempos

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260. Dionisio Gutiérrez: El espíritu de los tiempos

Editorial del programa Razón de Estado número 260


 

Más allá de las encuestas políticas, que importan porque aclaran, informan y vertebran los procesos electorales; más allá de que las hacemos con gran sentido de responsabilidad, honradez y rigor profesional, por principio, pero también por nuestro nombre y nuestro prestigio; más allá de esto, sentimos que es nuestra obligación hablar con claridad sobre el momento político que vive nuestro país.

A pocas horas de estar frente a las urnas de la historia, donde daremos vida al acto supremo de soberanía individual que es votar, la nación guatemalteca debe advertir que los valores del humanismo clásico, el sueño de la razón y los ideales que fundaron nuestra república liberal se han derrumbado casi en su totalidad. 

Por acción y por omisión, nos convertimos en una sociedad sitiada por la incompetencia de los políticos y la indiferencia de las élites.

Derivamos en una nación agraviada por la corrupción pública, extraviada en las mentiras del populismo, sometida a su creciente autoritarismo.

Los ciudadanos, en calidad de testigos pasivos, hemos visto en los últimos 20 años la deconstrucción de la justicia, la degradación de la política, la captura del Estado. 

La mayoría de los políticos perdieron el sentido de la decencia. Hicieron del proyecto de nuestra República un campo de batalla de clanes criminales que se reparten el Estado buscando botín e impunidad.

Aunque saben que un pueblo harto de sus políticos termina arrasándolos, ya no hay escándalo capaz de avergonzarlos.

Solo vean el historial y el comportamiento de la candidata oficial. 

Con honrosas excepciones, algunas aquí presentes, vimos cómo las mafias formaron o consolidaron partidos políticos delincuentes, con la gracia y la bendición de jueces, tribunales, capos y padrinos.

Olvidaron con dolo y cinismo que el poder y la ley NO son sinónimos.   

Esta catástrofe política, este desastre moral, sucede a causa de nuestra indiferencia y nuestro silencio, debido a la comparsa o la complicidad de muchos, en medio del miedo o la cobardía de tantos. 

Guatemala está en un punto de inflexión. Llegamos al cruce y estamos frente a dos caminos, dos modelos opuestos, dos destinos diferentes.   

Una opción es el viejo sistema, formado por los contrabandistas de la política. Esos que nunca pierden ningún tren porque se suben a todos, y después preguntan a dónde irá.

Su objetivo es el poder, a cualquier costo.

Sabemos de qué están hechos y de lo que son capaces.

El peligro de esa opción es que nos llevaría a la consolidación de un Estado criminal con los tres poderes a su disposición.  

La otra opción tendrá que probar que es opción. Si gana esta contienda, para enfrentar la aberración en que se convirtió la política, para liberar al Estado capturado y para sobrevivir, tendrá que gobernar con el apoyo y el consenso de los ciudadanos, a quienes debe convencer de que los representa.   

Las palabras, los sacrificios y los hechos honrosos construyen los capítulos dignos de la historia.

Los votos dan forma al destino de una nación, tejiendo los hilos de sus anhelos y aspiraciones.

Los ciudadanos tienen hoy, el voto y la palabra.

Guatemala está en un punto de inflexión.

En la cola del mundo, con índices sociales y políticos de vergüenza, en medio de un ciclo con una economía global insuficiente, en la era digital, atrapados por la desinformación, la calumnia, la descalificación y la discordia, somos una nación en la que está casi todo por hacer.

Somos un pueblo con una oportunidad demográfica extraordinaria que también puede ser causa de conflicto y tragedia si no somos capaces de ofrecer a las nuevas generaciones una educación competitiva y oportunidades dignas de trabajo.

Solo el padrón electoral creció en más de dos millones de ciudadanos en los últimos 3 procesos electorales; y ese número se podría duplicar para el próximo.

Lo menos que podemos hacer es reconocer lo que hemos hecho con nuestro país.

Si la salud, la efectividad y la sobrevivencia de nuestra democracia republicana depende de la honradez de los partidos políticos, del compromiso de las élites, de la fuerza e independencia de nuestro sistema de justicia y de la libertad de expresión, díganme ustedes si no estamos jodidos.  

Hay que ser tolerantes con la ignorancia, salvo cuando ésta es deliberada, porque entonces es necedad o rendición.

La nación exige hoy, la historia demanda ahora, que rectifiquemos y volvamos a la senda de la República liberal y democrática porque es el único camino al desarrollo y al bienestar.

El desafío es extraordinario. Enfrentar el presente para salvar el futuro pasa por las 4 reformas pendientes. Sacrificios y consenso generoso. Pasa por combatir la corrupción y vencer la impunidad. Pasa por lograr un crecimiento económico robusto y suficiente para superar nuestro atraso social.   

Tengamos una crisis de coraje. Ya no permitamos gobiernos que se comportan como mafias.

Pongamos objetivos a los sueños. Seamos ciudadanos libres y valientes como regla, no por excepción.

Seamos ciudadanos presentes. Que estamos. Que cumplimos. Que exigimos. Que votamos.

Que defendemos nuestro voto.

Seamos CIUDADANOS de ese conglomerado de ilusiones y frustraciones que se llama nación y construyámosla juntos.  

Si el próximo Presidente comprende el espíritu de los tiempos señalará el camino que nos lleve del miedo a la esperanza para que lejos de conformarnos con el país que somos, trabajemos sin descanso y en libertad para construir el país que podemos ser.

 

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