Editorial del programa 235 de Razón de Estado
Es cierto que el dinero no da felicidad, pero calma los nervios. También es cierto que, lo que más hay que cuidar es lo que el dinero no puede comprar.
Aunque la estadística indica que los seres humanos preferimos trabajar menos que más y nos gusta ganar más que menos, trabajamos porque necesitamos los ingresos que produce el trabajo. Sin embargo, cuando se dan las condiciones de oportunidad, certeza y libertad, aparecen los emprendedores, esos seres extraordinarios para quienes no existen excusas, límites ni horarios.
El deseado desarrollo económico, satisfacer las necesidades fundamentales y alcanzar bienestar son dimensiones a las que dedicamos gran parte de nuestra vida.
¿Qué han hecho quienes lo han logrado?
¿Cuáles son las condiciones que deben darse?
¿Cuánto tiempo toma?
La historia y la evidencia confirman que el sistema más ejemplar, exitoso y social de todos los sistemas es la libre empresa.
Mal que bien y con tareas pendientes, la economía del mundo libre funciona y sus habitantes avanzan y evolucionan, principalmente, gracias a la fuerza, determinación y sacrificios de millones de hombres y mujeres, a los que llaman micro, pequeños y medianos empresarios. Ellos son la sal de la tierra, la luz del día, la razón que ofrece esperanza por un futuro mejor.
En América Latina, ellos suman la mayoría de las empresas, emplean a más de la mitad de la gente en edad de trabajar y son la cuarta parte de la economía; pero, no tienen acceso a ese dinerito que se llama capital para poder crecer y consolidar una posición que haría florecer a nuestra región como nunca antes.
Emprender es una acción valiente, deliberada, con iniciativa, que tiene un propósito. Quienes han construido algo en su vida saben de las penas, sacrificios y dolores que se pasan. Pues estos héroes necesitan U$1.4 trillones de dólares para su pequeña inversión y capital de trabajo; pero, no tienen acceso a los sistemas financieros tradicionales para créditos.
En los últimos años, la tecnología abrió las puertas para que hoy tangan acceso al crédito quienes nunca lo han tenido. Les llaman Finthecs. Algo parecido está sucediendo con la educación.
Si la América Latina profunda, la olvidada, la que lucha cada día para sobrevivir tiene acceso a educación y a capital; y si nos ponemos exigentes y rescatamos la cordura, la capacidad y la decencia en la política para tener las garantías y certezas que el desarrollo demanda, podremos afirmar que por fin llegó el futuro para las naciones donde nacimos.