Editorial del programa Razón de Estado número 232
Los cuentos, los mitos, las leyendas populares son la expresión de los sueños de sus narradores, hombres y mujeres movidos a contar historias fundadas en tradiciones, vivencias y visiones que andando el tiempo dieron vida a filósofos, literatos y poetas.
Siempre queda la duda si los narradores de la historia la vivieron, se las contaron, la inventaron o la soñaron.
El testimonio que queramos dejar sobre lo que hicimos en nuestro tiempo, por nuestra casa, nuestra tierra, por el mundo que nos tocó vivir, será nuestro legado según quien lo cuente.
Si a usted le pidieran que lo escriba, estará de acuerdo conmigo en que somos hijos de un tiempo volátil, incierto y apurado en el que la política y las ideologías están en bancarrota, los hombres, sobre todo los peores, duran más que las ideas, sobre todo las buenas; la tecnología es cada día más difícil de digerir y la economía global vive una transición cuyo rumbo no está claro todavía.
Estará de acuerdo en que vivimos un tiempo en el que quisiéramos que sea nuestro inconsciente el que encuentra solución a los problemas que el consciente no acierta a resolver.
En estos vaivenes, se nos fue el primer mes del año 23 del Siglo XXI – como que nada – con la política, la economía, el clima y la paz del mundo en alerta amarilla.
Por eso, es bueno, para el ánimo y la salud, recordar todos los días que el ciudadano común, como usted, la gente anónima, como usted, es más honorable, responsable y valiosa que quienes la representan en la política, pues la política, con escasas excepciones, se ha llenado de fanfarrones, oportunistas y delincuentes.
Desde los primeros Siglos de la humanidad, el malestar de los pueblos se extendía por los imperios a causa de los impuestos, las guerras y las arbitrariedades de monarcas autoritarios y corruptos. A nuestro tiempo se han sumado otras molestias que, ahí vamos, intentando superarlas.
Una de ellas es que no nos damos cuenta de a cuánto nos obliga el mundo que hemos construido; con ordenanzas y poderes cada día más restrictivos y controladores que, además, aumentan a diario su afán por regularlo todo.
Estamos permitiendo que se organicen sistemas, aparatos políticos y Estados llanamente incompatibles con la libertad.
Esto obliga a que hagamos lo imposible para que los sueños vuelvan a ser motivadores, conductores y facilitadores del mundo que queremos construir. Un mundo más libre, más justo, más feliz. Un mundo del que sea fácil decir: victoria cantada.