219. Dionisio Gutiérrez: el tablero de ajedrez

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218. Dionisio Gutiérrez: El péndulo de la perversión

Editorial del programa Razón de Estado número 219




A pocas semanas de que 2022 llegue a su final, y antes de los días de Navidad, me parece oportuno hacer un breve inventario de lo que nos dejará este año sorpresivo y turbulento.  

En los primeros meses, cuando empezábamos a sentir que la amenaza a nuestra salud era tema superado, se ejecutó la infame invasión a Ucrania, la economía del mundo entró en un proceso inflacionario que todavía no está claro hasta dónde nos llevará, las protestas se han convertido en cosa de todos los días, en muchos casos necesarias; la política responde poco, la ausencia de liderazgo es evidente. El clima empezó a dar los golpes más fuertes de los últimos 50 años; y los pueblos pasan problemas hasta para expresar sus disgustos e insatisfacciones.      

En los últimos meses, América Latina, en sus procesos electorales, votó por la opción de la izquierda populista que estaba en la oposición; pero, más que por cuestiones ideológicas, es la forma en que los ciudadanos están manifestando el rechazo y su descontento con un mundo que cada día entienden menos.

El populismo, el conflicto y la mentira dominan cada día más la vida política de las naciones. Las expectativas de la gente están muy por arriba de la realidad. Casi todos los políticos ofrecen lo que saben que no cumplirán, y los pueblos están votando por ellos, aunque sepan que les mienten.  

Así, vivimos en un mundo peligroso, lleno de contradicciones, en el que la volatilidad y la incertidumbre son la norma, donde cada día más, nadie cree en nadie, reina el sálvese quien pueda y todos contra todos.

La locura de estos tiempos que vivimos sucede al mismo tiempo en que se está instalando, delante de nuestras narices, un nuevo orden planetario. El Orden Digital.

La era exponencial en la tecnología avanza a velocidad supersónica; las computadoras y los algoritmos controlan más cada día al mismo tiempo en que los humanos digerimos menos cada día. 

Esto no es cuestión de optimismo o pesimismo. Es cuestión de datos. Solo hay que ver la cantidad de naciones gobernadas hoy por delincuentes y autócratas.

Las oportunidades y las buenas noticias que deseamos vendrán de nuestra capacidad para aprender a ser ciudadanos libres y comprender el cambio de era en el que estamos. Evolucionar. Agrandar el espíritu, y encontrar paz y alegría en la tormenta.   

Para alcanzar esta quimera, debemos tomar conciencia respecto a que el modelo educativo del mundo está atrasado 20 años; y es evidente que no estamos preparados para cuando concluya la fusión entre la infotecnología, la biotecnología y la inteligencia artificial; que será pronto, y podríamos encontrarnos con un planeta en el que un algoritmo decidirá por nosotros, qué estudiar, con quién casarnos y por quién votar.

Los desafíos que vienen para la especie humana en las próximas décadas no son menores. Además de los pequeños problemas que hoy enfrentamos, hay dos preguntas que siguen sin respuesta sobre aquel futuro que ya es presente.

La primera ¿quién tendrá el control de los algoritmos y la inteligencia artificial, las grandes tecnológicas o los gobiernos?  

La segunda ¿cómo quedan la libertad individual, la privacidad y la preeminencia del ser humano como centro de la creación? ¿Podremos encontrar un equilibrio entre el poder de la tecnología y el bienestar integral del ser humano? 

Este parece un tema extraño porque no está en las mesas de discusión pública; pero será mejor que le pongamos atención. Solo hay que ver los planes de la dictadura consolidada en Pekín.

2022 pasará a la historia como un año de grandes lecciones, mayores desafíos y nuevas amenazas.

El reto es encontrar las oportunidades en este complejo tablero de ajedrez. Las hay. Están ahí, pero hay que dedicar tiempo para pensar, diseñar, planificar; y alcanzar acuerdos para ejecutar las acciones necesarias y suficientes que mejoren la calidad de los gobiernos, que pongan al día el sistema educativo y devuelvan al mundo a la senda de la integridad política, la racionalidad económica y la decencia humana.

 

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