211. Dionisio Gutiérrez: ¿Independientes? Sí y qué

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211. Dionisio Gutiérrez: ¿Independientes? Sí y qué

 Editorial del programa Razón de Estado número 211
 


 

En el continente americano, las declaraciones de independencia en siglos pasados tuvieron una motivación y un objetivo: la libertad de quienes lo habitaban, porque se sentían limitados y oprimidos.

Las victorias que hoy siguen celebrando aquellas naciones que nacieron con su grito de independencia se alcanzaron porque supieron aprovechar ese valor supremo que es la libertad; causa y razón por la que han muerto más seres humanos sobre la faz de la tierra.    

Las naciones que saben ejercer su libertad eligen democráticamente a sus gobernantes y a los Congresos que representan los intereses ciudadanos, fundan instituciones garantes de sus derechos, cuentan con Sistemas de Justicia que garantizan que las leyes se cumplen y son iguales para todos.

Es esa libertad que nació de aquellas declaraciones de independencia, la que debió servir de fundamento para construir sistemas políticos respetables, respetados; debió servir de fundamento para pensar, diseñar y ejecutar modelos de desarrollo que ofrecieran oportunidades y bienestar para todos.        

Los fundadores de las naciones más prósperas y exitosas del planeta, naciones que nacieron de una revolución o de su independencia, dejaron constancia sobre que el costo que se pagó incluyó sacrificios, lágrimas y sangre, y que, la amenaza de las tiranías seguiría siendo siempre una realidad. Y tenían razón. En América Latina son demasiadas las naciones que sufren la opresión y la miseria por la falta de libertad, por la violencia, la corrupción y la impunidad.

En varios niveles de las sociedades latinoamericanas, en especial en muchos de sus gobiernos, hay grupos y personas que piensan que pueden actuar con cinismo, oportunismo y sin escrúpulos; violando principios democráticos, valores y leyes, pasando encima de quien sea, con tal de lograr sus objetivos, de forma impune, cobarde e incluso criminal. 

En América Latina vivimos hoy 670 millones de seres humanos con sueños y esperanzas, cada uno con su testimonio de lucha y sacrificios, cada uno haciendo lo que puede para salir adelante, para sobrevivir. Es demasiada gente para fallar; y peor aún, cuando más de la tercera parte vive en la pobreza.    

El discurso que darían hoy los fundadores a las naciones en crisis es que de la miseria y el subdesarrollo se sale por el camino de la libertad. Solo ella ofrece Estados democráticos de derecho y oportunidades para alcanzar bienestar.   

Somos ciudadanos de naciones con historia común, obligados a mantener viva la libertad que nos dio la independencia; y por eso, dispuestos a luchar contra las tiranías y contra el subdesarrollo político, el peor de los subdesarrollos. Somos ciudadanos de una región que necesita un modelo de desarrollo que ofrezca oportunidades para todos. Debemos ser naciones concebidas en libertad y consagradas para el bienestar de sus habitantes.

En estos tiempos de sobresaltos, dudas e incertidumbre, la alternativa de América Latina sigue siendo la construcción de naciones con ideales, con sentido de comunidad, fuertes por la historia que nos une, consecuentes con los valores que compartimos.

Al final, las grandes naciones lo son, no por su tamaño sino porque su gente es decente y honorable. Tienen ciudadanos que reconocen sus derechos y conocen sus obligaciones; la primera de ellas, preservar su libertad, porque es eso lo que les permite llamarse ciudadanos de naciones exitosas.


 

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