Editorial del programa Razón de Estado número 154
A pocos días de celebrar el bicentenario de nuestra independencia nos encontramos con que somos pasajeros de una región y de un tiempo extraordinario, de incertidumbre, de angustia y dolor. Un tiempo en que la política y el Estado perdieron sentido y propósito y dejaron de funcionar ante el asombro, la complicidad y la indiferencia de ciudadanos y sociedades que debimos actuar con más responsabilidad.
Más que una saga de héroes y villanos, que los hay, esta es la historia de este tiempo. Es el espacio de una época en la que una generación de ciudadanos decidió ser prisionera de sí misma y hoy, más que nunca, está pagando las consecuencias.
Las condiciones para la construcción de naciones exitosas son mucho trabajo, buenas ideas, valores éticos y sacrificios. Si es cierto que lograrlo toma siglos, las generaciones de ciudadanos que estamos por llegar a un bicentenario para celebrar no sé qué, debiéramos al menos discutir sobre el diseño, los cimientos y las bases sobre las que algún día estará el pedestal que abrazará el futuro que todavía debemos construir.
Como si nuestro saldo vital, ciudadano y societario no fuera cuestionable, desde aquella independencia hace 200 años, el permanente enfrentamiento del ser humano con las fuerzas de la naturaleza decidió darnos un virus nuevo para el que en especial el mundo subdesarrollado no estaba preparado para recibir.
Cada día son más personas las que están perdiendo a un amigo, a un conocido, a un ser querido. Así son las pandemias. Y en una región como la nuestra es poco lo que se puede hacer. Así lo decidimos y lo permitimos sus habitantes.
Solo el tiempo, los esfuerzos que se puedan realizar y la suerte, nos sacarán de este laberinto de vacíos, penas y ausencias.
A través de la historia de la humanidad el diseño de la mente, el corazón y el estómago; los tres lugares donde se sienten los miedos, las tristezas y las alegrías han demostrado tener un propósito de protección y preservación. Ese diseño tan humano es la dimensión que mejor expresa nuestra condición humana.
En las guerras, las hambrunas y las pandemias, este ha sido el seguro, el andamio que ha funcionado para que la especie humana garantice su continuidad. Menos mal.
Por eso, los latinoamericanos más que soportar, prevaleceremos porque somos parte de una especie que a pesar de todo tiene alma, mente y corazón. Pero en especial los latinos tenemos un espíritu capaz de la compasión, de sacrificio y la sobrevivencia.
Al final, se trata de que entendamos el verdadero significado de lo que es ser un ser humano en libertad, y con frecuencia practicante de la indisciplina, pero libre. Y como tal, mortal, frágil y susceptible.
Por eso, comprometernos a ser ciudadanos responsables y presentes, personas honorables, humildes y agradecidas, es un buen seguro de vida. Por eso, asumir la responsabilidad de luchar por los valores éticos que construyen naciones exitosas, es el mejor legado que podemos y debemos dejar a la siguiente generación.
Así, para el mundo hispanoamericano, en especial, para quienes hoy lo habitamos, el bicentenario, la política, nuestro subdesarrollo y una pandemia sólo deben ser oportunidades para ejercer, con responsabilidad, el valor más preciado que tenemos: nuestra libertad.