Editorial del programa Razón de Estado número 316.
¿Estaría usted de acuerdo conmigo en que los países que hoy son prósperos y desarrollados tuvieron libertad, democracia y seguridad física y jurídica durante un período largo de tiempo para lograrlo?
¿Está usted de acuerdo en que el desarrollo toma tiempo y mucho trabajo, y que tener visión, voluntad, capacidad, disciplina y compromiso son esenciales para diseñar y ejecutar un modelo de desarrollo?
La inversión de capital, la creación de oportunidades de trabajo y el crecimiento económico son la consecuencia de un Estado que respeta las libertades del ciudadano, las primeras, la iniciativa individual y el libre intercambio. Son la consecuencia de un Estado que invierte los impuestos en seguridad, educación, salud e infraestructura.
Para alcanzar el desarrollo, también es indispensable un sistema de justicia independiente que garantiza que las leyes son iguales para todos, protege los derechos de la gente, el primero, el voto; y hace que se respeten los contratos.
La Europa Occidental, Estados Unidos y algunos países de Asia son la evidencia que confirma ese camino. Con todo y sus piedras y dolores, que los tuvieron, esa travesía los llevó a la cima del mundo.
Por eso, desde los países que no funcionan, como casi toda la América Latina, donde no hemos encontrado el camino, la gente sueña e intenta emigrar a la cima del mundo.
Nadie emigra a Cuba, Rusia o Venezuela, donde dictaduras corruptas y criminales se imponen a sangre y fuego; desde donde un puñado de tiranos intenta destruir el tejido democrático que, con enorme dificultad, se intenta construir en países donde, al menos, aunque sea con una oferta política mediocre, cuando no delincuente, todavía hay elecciones razonablemente libres.
Por eso, los países en la cima harían bien, por ejemplo, en hacer que se respete, a cualquier costo, la voluntad soberana del pueblo venezolano expresada en las urnas. Las consecuencias de no hacerlo son graves y multidimensionales, incluso para los países desarrollados.
Por eso es tan importante que la verdad vuelva a importar y que la política en América Latina, más que una representación mediática y plagada de asesores de comunicación expertos en el engaño, sea ese espacio, esa plataforma desde la que los pueblos se ponen de acuerdo, eligen a los mejores por mayoría, respetando los derechos de la minoría, y se ponen a trabajar, para también, llegar a la cima, ese lugar donde hay oportunidades, desarrollo, democracia y libertad.