145. ¿Quién dice que los pueblos eligen a los mejores?

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145. ¿Quién dice que los pueblos eligen a los mejores?

Editorial del programa Razón de Estado número 145

 

 

En los últimos 40 años, América Latina vio nacer 20 Constituciones que dieron vida a 16 democracias.

Sus pueblos no pedían mucho. Solo querían ser países con oportunidades, con justicia, sin odio, con respeto, sin conflicto. Aspiraban ser naciones solidarias, donde se dignifica al ser humano. Países con juventudes dispuestas a reivindicar la política.

Esos pueblos soñaban…  y sueñan todavía, ser naciones donde el honor y la decencia tienen significado. Naciones con democracia, Estado de Derecho y libertad. Naciones donde merece la pena…  nacer y morir.

En los últimos 18 meses, el subdesarrollo político, la debilidad institucional y una pandemia hicieron evidente el drama que vive América Latina.

Su modelo de desarrollo insuficiente, su escasa certeza jurídica, su pobreza, la falta de oportunidades, la incompetencia o la corrupción de sus políticos, la complicidad o la indiferencia de las elites y la pandemia hicieron caer a nuestro subcontinente en una sobredosis de incertidumbre, frustración y desesperanza.

Con el paso de los años, y con el impacto del COVID, el ciudadano latinoamericano descubrió que tener elecciones libres no es suficiente. Está más pobre, aunque le digan que vive en democracia; pero ésta, no le da seguridad, trabajo ni comida.

Desarrollar un país toma 20 años, creciendo cada año la economía 6 puntos porcentuales por arriba del crecimiento de la población. Requiere mucho trabajo, consistencia y sacrificios.

La historia de la humanidad nos enseña que son los valores liberales y los principios republicanos los que permiten ese crecimiento económico y construyen naciones democráticas exitosas.

Es cierto que la democracia no garantiza que se elija siempre a los mejores. Es más, con frecuencia, los pueblos eligen la peor opción. Pero, a diferencia de una dictadura, la democracia, que es un sistema imperfecto pero flexible y abierto, puede corregir sus errores gracias a la libertad.

El problema, que sí es problema, es que vivimos tiempos marcados por el declive del hombre público, por el desprecio a la política y la decepción con la democracia. Esto representa una grave amenaza para la libertad, para la democracia y para el futuro de las naciones.

Así es como aparece el populismo, ese engaño traicionero y criminal que ha condenado a millones de seres humanos al fracaso y la pobreza. Ha hecho prisionera a la libertad. Ha destruido naciones.

Sus promotores usan la mentira como método, enfrentan al ciudadano con la democracia, promueven la lucha de clases e imponen un sistema que practica la política sin principios.

Por eso, América Latina debe rescatar la política. Es imprescindible rescatarla y devolverle el brillo y el prestigio necesarios para que tenga la fuerza y la autoridad para cumplir con la razón de su existencia: gobernar para el bien común, con el voto de la mayoría, respetando los derechos de las minorías. Respetando la norma democrática.

Es también necesario, explicar sin demagogia y con sencillez, que la pobreza se combate creando empleo y riqueza, y que ello, es posible si hay una política que incentive las inversiones y la apertura de nuevas empresas, generando la igualdad de oportunidades sin la cual la democracia es letra muerta. Y es que, cada día está más claro, la democracia necesita desarrollo social para sobrevivir.

 

 

 

 

 

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