Editorial del programa Razón de Estado número 306.
Los humanos somos nómadas del tiempo y del espacio. Con nuestras acciones provocamos consecuencias, escribimos historia, construimos experiencia, legado. Para bien o para mal, con nuestras acciones dibujamos el testimonio de nuestra vida. 24 años pasaron ya del siglo XXI, cada uno hará las sumas y las restas para calcular su saldo vital. Sin embargo, existe la dimensión societaria, la que todos compartimos; ese territorio al que llamamos nación, continente, planeta, donde lo que hacen unos, afecta a los demás.
Cada día hay más consenso sobre el hecho de que estamos viviendo un momento de la historia peligroso, absurdo, casi suicida y contradictorio. Con todo y los avances de la tecnología, a pesar de la evidencia sobre el sistema político que mejor funciona o del modelo económico que ofrece mejores resultados; a pesar de esto, hay actores, intereses y conflagraciones que intentan destruir lo que hemos logrado como especie. La desinformación, la mentira, la ambición, la violencia, lo irracional, la maldad se unieron en una conspiración para desmantelar democracias, secuestrar instituciones y asfixiar libertades para dominar, para someter, para convertir naciones en fincas personales de corruptos, de criminales, de tiranos.
Cuando el sistema comunista fracasó inventó el populismo, esa trampa mentirosa, oportunista, que acabó con Venezuela y que amenaza de Alaska a la Patagonia. El populismo es la trampa de la izquierda para perpetuarse en el poder. A diferencia de la derecha corrupta, por lo general, solo roba, pero termina, casi siempre, en la cárcel.
Nuestros padres, abuelos y bisabuelos, los que salieron de la pobreza, sabían que la condición para lograr bienestar, además de trabajo duro y sacrificio, es vivir en democracia y en libertad. Es cierto que hoy es más difícil satisfacer necesidades y realizar aspiraciones, pero no por eso deja de ser verdad que estas solo se pueden alcanzar en democracia y en libertad, con igualdad de oportunidades, con leyes que se respetan y son iguales para todos.
América Latina ha sido ya, por demasiados años, la promesa incumplida, el lugar de donde muchos se quieren ir, el futuro que nunca llega. Para salvar el siglo XXI y para que nuestro continente vuelva a ofrecer esperanza, ilusión y futuro debemos hacer lo que sea necesario, así es, lo que sea necesario, para que Venezuela tenga elecciones libres y se respete el resultado; que México no se pierda en la deriva populista; que Milei tenga éxito en Argentina; que Estados Unidos fortalezca su sistema político, y que el resto de nuestra América Latina regrese a la senda de la democracia liberal y republicana.
Esto sería escribir una historia de éxito para dejar un legado ejemplar.