Editorial del programa Razón de Estado número 309.
Las elecciones son el termómetro, la sístole y la diástole, el alma de la democracia. Quienes se atreven a presentarse ante los pueblos pidiendo su voto en los procesos electorales pretenden asumir la responsabilidad en la toma de decisiones que afectan de forma determinante, a veces dramática, la vida de las naciones.
Las elecciones son, deben ser, el mecanismo libre, ordenado y transparente que tienen los pueblos de forma periódica para cambiar gobernantes.
Si las naciones saben elegir, son gobernadas con alternancia en el poder, y quienes ganan con la mayoría respetan los derechos de las minorías, la división de poderes y, en general, la norma democrática, pues es como los pueblos alcanzan mayores niveles de bienestar.
La historia ratifica que los países que llegaron a ser ricos, prósperos y desarrollados son los que abrazaron la democracia liberal, el balance en los poderes del Estado y el capitalismo. Sin embargo, la historia también nos cuenta que esto no ha sido siempre fácil, ni seguro, ni automático, y que muchos pueblos han caído, hasta nuestros días, en las garras de déspotas, criminales y asesinos.
Hace tiempo que se acabaron las palabras para describir lo que ha vivido el pueblo venezolano en los últimos años, además de soledad e indiferencia internacional.
La criminal narco-dictadura de Caracas ha llegado a extremos comparables con las peores tiranías de la historia. Hay que sacarlos del poder a cualquier costo.
¿Qué están pagando los pueblos de Cuba, Nicaragua, Venezuela, China, Rusia, Irán, Corea del Norte y algunos de los africanos que viven en un triste y miserable martirio bajo las botas de los monstruos que los desgobiernan?
Es poco lo que comprendemos los humanos sobre las causas y razones por las que el destino, la historia, la creación, o quien quiera usted, ha tratado así a estos pueblos. Sobrepasa nuestro entendimiento. Sin embargo, más que aceptarlo con docilidad o sumisión hay que enfrentarlo con valor y dignidad. Los pueblos que supieron pelear por sus derechos alcanzaron la victoria.
Si de sentencia se trataba, Venezuela ya pagó, y con creces. Sin embargo, el pueblo venezolano sabe del costo que debe asumir para rescatar su libertad y su democracia; y si la historia está para dar lecciones, hay una que debemos aprender de una vez por todas: quienes osan dirigir los destinos de una nación solo pueden ser, solo deben ser, los mejores de la sociedad; y los pueblos se deben obligar a estar correctamente informados, exigir más y elegir mejor.
Por la libertad de América Latina, hasta el final.