
Editorial del programa Razón de Estado número 343.
Decían los viejos del siglo pasado, curtidos en más desventuras que glorias, que no hay mayor cárcel que la del hambre ni enemigo más testarudo que la miseria que todo lo quiebra. Cuando la economía no alcanza se rompen el sustento y la esperanza, se frustran los esfuerzos por alcanzar bienestar.
Es cierto que, en la vida de las naciones, la economía es producción, cifras y comercio, pero también es una forma de organización de los deseos de su gente y una manifestación colectiva del proyecto vital de un pueblo.
La economía es fuente de sobrevivencia, es la fuerza que sostiene los afanes del espíritu nacional y permite que florezcan las letras, la justicia y la ciencia. Cuando anda mal, las naciones se encogen como cuerpo herido que se defiende del frío.
En los momentos de crisis económica se sufre por falta de pan y por la incertidumbre del mañana que se vuelve sombra alargada sobre los corazones de los pueblos.
En las épocas prósperas, la gente se entretiene con adornos y a veces con excesos, pero en la escasez se revela su verdadera madera. La historia es testigo de que los pueblos que han sabido reinventarse en la penuria son los que después resplandecen.
Las crisis son el espejo cruel donde se mira el rostro desnudo de una nación cuando la incompetencia, la corrupción y la indiferencia de las élites se apoderan de su vida.
El porvenir exige lucidez y templanza; saber cuándo resistir, cuándo cambiar, y, sobre todo, cuándo volver a creer en nosotros mismos.
Las naciones, como los hombres, se salvan por lo que pueden y por lo que tienen, pero también por lo que son capaces de soñar cuando todo parece perdido.
Ante una crisis, pues, la pregunta no es simplemente cómo recuperarnos, sino para qué. ¿Qué forma de vida estamos dispuestos a reconstruir? No hay salida económica sin claridad de sentido.
En última instancia, la economía es una técnica, y toda técnica exige una idea que la dirija. Y si de algo sirven la historia y la experiencia, está comprobado que las economías libres son la forma más coherente de energía vital que se manifiesta en los pueblos que creen en sí mismos, que organizan su trabajo, se anticipan al futuro y alcanzan la victoria.
La misión, entonces, no es solo reactivar la economía, sino rehacer el alma del proyecto de desarrollo de nuestras naciones fundado en la libertad.