203. Dionisio Gutiérrez: La vida es cuestión de saldos

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203. Dionisio Gutiérrez: La vida es cuestión de saldos

Editorial del programa Razón de Estado número 203


 

Con el susto de que, en estos días, mi calendario personal avanzó un año más; lejos de celebrar por los años cumplidos, pienso en los años que me quedan. Tengo la impresión de que hacerlo da sentido al tiempo y permite recalibrar las prioridades de la vida.

Sigo pensando que el reto y el gozo de vivir la vida están en el camino, no en el destino; y que, en ese caminar, conviene aprender, preservar y practicar un código de valores que nos permita presentarnos ante el mundo como seres humamos solventes. Especialmente, frente a nosotros mismos. Allí encontraremos los mecanismos del sufrimiento y la felicidad.

Dicen que la vida es cuestión de saldos; la diferencia entre lo bueno y malo que nos pasa, la diferencia entre nuestras virtudes y nuestros defectos, entre nuestros aciertos y desaciertos. 

Para el generoso, para el humilde de corazón, para el decente, caer o equivocarse siempre dará saldo positivo a su vida y en la vida; que es incierta, cuesta arriba e imperfecta. Así es la vida, y pasa rápido.

Por eso, quienes logran dar el grado de importancia a las cosas que importan de verdad, alcanzan mayor bienestar; esa sensación de estar bien, no por mandar o tener, pues estas son trampas que arruinan con frecuencia, sino por sentirse en paz.

En estos tiempos de inestabilidad, incertidumbre y oportunidades es cuando se hace más importante aprender que perder, enseña. Aceptar que no se puede evitar el dolor que producen la mentira y la traición; el golpe que dan a tu dignidad la tristeza y la derrota; pero también, las satisfacciones que dan los éxitos y las victorias bien ganadas.

Una de ellas, triunfar sobre ti mismo; más allá de tus defectos, a pesar de tus errores; aceptando que la vida es volátil y cambiante, y por eso emocionante.

Hace un año les conté que, a finales de los sesenta, con 10 años, yo hacía de monaguillo en dos de aquellas iglesias de pueblo con bancas de madera alisadas por los fondillos de los pobres. Aquello no ha cambiado mucho.

Llegué a tener reputación de caso perdido; y con devoción de perro sin dueño pasé aquella época de mi vida buscando sentido a la vida. Y con trabajo, suerte y más de algún milagro, sigo aquí, descifrando el arte de vivir.

He aprendido que es importante desarrollar las virtudes que nos permiten vencer la adversidad. He aprendido que renovar el conocimiento es la condición para el progreso del ser humano; y que, en el trabajo, como en la vida, existe una íntima relación entre el esfuerzo, el riesgo y la recompensa.

Aunque sea, ya de viejo, aprendí que, en las relaciones personales, los vínculos de afecto no se desmienten cuando privan la integridad y la franqueza; y que, por eso, hay que cuidarlas, pues no es el tiempo el que pasa rápido; es la vida; y qué mejor, que pasarla con la gente que te gusta.  

Y así, por qué no, se puede llegar bien al final de la vida, porque llevaste siempre contigo ese código que te dio solvencia y te permitió, sin freno ni medida, dar lo mejor de ti, equivocarte, caerte, y aprender a estar dispuesto a dejar este mundo, cuando toque, con la frente en alto; y por un año más, agradecido.

 

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