176. El poder del pueblo y la libertad

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176. El poder del pueblo y la libertad

Editorial del programa Razón de Estado número 176


Ese sistema político al que llaman democracia – el poder del pueblo – desde que Clístenes lo bautizó con ese nombre en Atenas a finales del Siglo VI antes de Cristo, tuvo que transitar cientos de años para evolucionar y encontrar los pesos y contrapesos que le permitiera a los pueblos acceder a un sistema de convivencia razonablemente pacífico y funcional.

La historia está llena de momentos, ciclos y sobresaltos, pero no debemos olvidar que fue hasta hace poco más de 100 años que las mujeres ganaron el derecho de votar; y que fue hasta después de la segunda guerra mundial, a mediados del Siglo pasado, cuando el victorioso occidente democrático, gracias a sus líderes, estadistas y políticos, de una talla que en estos tiempos no se encuentra, sentaron las bases y definieron el rumbo para construir las naciones más respetadas y poderosas del planeta: Estados Unidos y los países de la Europa Occidental. Democracias liberales con división de poderes y Estado de Derecho.

Esto fue así, hasta los primeros años del Siglo XXI. Los ataques terroristas del 9/11, la guerra en Irak, la crisis económica que revienta en 2008, fueron eventos extraordinarios que sucedían al mismo tiempo en que la economía global se hacía insuficiente para ofrecer las oportunidades que los ciudadanos del mundo esperaban; al mismo tiempo en que la era exponencial en la tecnología empezaba a demostrar las disrupciones de las que es capaz, en contraste a la poca capacidad de las sociedades para digerirla.

Por estas y por otras, el ejercicio de la política empezó a caer en las garras de la frivolidad, la incompetencia, el populismo y la corrupción. Las élites perdieron el monopolio de la información pues la tecnología hizo del mundo una noticia con 7 billones de versiones. Y cada uno cree tener la verdad. Este fenómeno nos está devolviendo a la tribu y al rechazo a lo distinto.

Las noticias falsas, la desinformación y la descalificación están creando sociedades desconfiadas y polarizadas. La democracia, como sistema, está pagando las consecuencias.

El mundo es otra vez, el escenario de una guerra fría. Esta vez, entre Estados Unidos y China.

En medio de este rompecabezas, América Latina no ha logrado consolidar democracias liberales con división de poderes y respeto a la ley ni ha sido capaz de diseñar un modelo de desarrollo que le permita avanzar con más velocidad. Sus economías ofrecen poco valor agregado y enfrentan escasa certeza jurídica.

Esto ha provocado un choque entre las expectativas de la gente, que son altas, con una realidad que está lejos de alcanzarlas.

La pandemia vino a profundizar nuestras debilidades y a ensanchar las amenazas. Hoy, la débil democracia republicana y la libertad están en peligro en el subcontinente latinoamericano. Las élites no se enteran.

Los pueblos, decepcionados con sus políticos y con la democracia, están cayendo en la trampa del populismo autoritario. Están creyendo en la mentira del Socialismo del Siglo XXI que promueven el Foro de Sao Paulo y el grupo de Puebla, con el apoyo de las dictaduras en Pekín y Moscú.

El desafío de nuestro tiempo es comprender que la democracia republicana en libertad es el único sistema político que a pesar de sus defectos permite corregir y avanzar. Es el único sistema que ha desarrollado naciones y que ofrece bienestar a los pueblos. Claro, hay que trabajar y mucho.

Vivimos tiempos extraordinarios marcados por una grave y latente amenaza al valor más grande que nos dieron los cielos: La Libertad.

Desde México hasta la Argentina, América Latina enfrenta una conflagración autoritaria, iliberal y antidemocrática que compromete el presente y amenaza el futuro.

Como en la Atenas del Siglo VI antes de Cristo, vivimos tiempos extraordinarios que solo podrán enfrentar ciudadanos extraordinarios.  

 

    

 

 

 

  

 

 

 

 

 

    

 

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