Editorial del programa Razón de Estado número 147
Vivimos en un mundo que está peleando una pandemia, apostando por una vacuna que todavía no llega para todos, buscando alivio a la caída de ingresos, solución a la pérdida de trabajos o anhelando resignación por la pérdida de un ser querido.
En medio de ese mundo, lleno de contradicciones, líderes escasos, verdades a medias y demasiadas mentiras, está el ciudadano común y corriente, enfrentado a la encrucijada de su vida, preguntándose en qué debe creer y en quién puede confiar.
Cuando vemos pueblos como el cubano, venezolano, nicaragüense, norcoreano y tantos otros, que viven cada día para sobrevivir, siendo parte de un rebaño mangoneado y sometido a los designios de un tirano iluminado, siempre ignorante y prepotente, que lo que busca es dinero y poder por las malas; cuando vemos eso, y será mejor que lo veamos, a quienes todavía vivimos en libertad solo nos queda dar las gracias y estar seguros de que más nos vale seguir luchando para nunca perderla.
Entre las contradicciones más visibles del mundo de hoy, están las decisiones que están tomando algunos pueblos de América Latina, eligiendo gobernantes autócratas, iliberales y antidemocráticos que están restringiendo las libertades civiles y violentando los valores republicanos que garantizan la división de poderes. Autócratas que están tomando control de los sistemas de justicia con fines políticos y regresando a los modelos de economías cerradas y controladas.
Ese es el modelo que ha hecho extremadamente pobres y miserables a billones de seres humanos a través de la historia. ¿Qué mejores ejemplos que Cuba, Nicaragua, Venezuela, Corea del Norte, Somalia y tantos otros? Por eso, analistas serios y sociólogos se preguntan qué pasó en Perú, donde votaron por un candidato que les ofreció eso. Ni siquiera tuvo que engañar a los votantes. Les dijo que es admirador de dictadores y que su propuesta económica será de corte chavista. Y aún así, votaron por él.
El epílogo del capítulo que viven las democracias del mundo, en especial las que están en construcción y pedaleando contra la corriente, es que sus votantes, sus ciudadanos, sus pueblos, están dispuestos a apostar contra su libertad y a desarmar la poca democracia construida en un voto antinatural y de protesta porque el futuro de esperanza que deseaban no se hace realidad a la velocidad esperada.
Las últimas letras de ese epílogo rezan que la incapacidad, la indiferencia y la falta de compromiso de élites, dirigentes y ciudadanos está provocando que los pueblos aborrezcan la política, dejen de creer en la democracia y pierdan la confianza en la libertad. Este es el caballo de Troya de nuestro tiempo.
El fenómeno de la pandemia, para países que luchaban para dar un salto cualitativo en su crecimiento económico y para mejorar el nivel de vida de su gente vino a ser un tiro de gracia a la voluntad de lucha para salir adelante y un quebranto a la convicción de que, el trabajo y el esfuerzo diario siempre producen rédito y satisfacción.
Parece que nos rendimos antes de tiempo.
Es cierto que hay dolor, impaciencia y frustración. Pero, si las generaciones de nuestros antepasados vivieron dos guerras mundiales, una pandemia de verdad y una depresión, sus descendientes debiéramos saber en qué creer y en quién confiar.
Las tragedias humanas de aquellos primeros 50 años del Siglo XX y el respeto que merecen nuestros abuelos y bisabuelos nos obligan a ofrecer nuestro máximo esfuerzo y a luchar con dignidad; confiando en nuestro instinto y en nuestra capacidad; convencidos de que mientras tengamos libertad hay esperanza.