Editorial del programa Razón de Estado número 141
Uno de los errores que cometemos los humanos es creer que la evolución, el desarrollo y el bienestar se alcanzan en nuestro tiempo de vida.
La historia nos enseña que las naciones que lograron pasaron siglos trabajando y luchando; cayéndose, levantándose y volviéndose a caer, hasta que alcanzaron el título de nación desarrollada.
Y aún así, no hay garantías. La democracia, la justicia y la libertad, que son el marco, el puente y el camino que dan acceso al desarrollo, se deben cuidar y apreciar con valor, determinación y compromiso.
La historia también nos enseña que los países que las descuidaron sufrieron consecuencias catastróficas.
La evolución de la especie humana es evidente y sorprendente, y más, si la contamos desde la era de los cavernícolas. Aunque quedan algunos entre nosotros, especialmente en la política y en algunas de las élites, los avances en todos los aspectos de la vida son comprobables y evidentes.
Las naciones que seguimos atrapadas en el subdesarrollo político y por eso en la pobreza y el escaso crecimiento económico tenemos tareas pendientes extraordinarias que van desde la educación y el alivio a los graves problemas sociales, hasta la creación de oportunidades de trabajo y la edificación de un marco jurídico y societario que ofrezca garantías.
Y, además, necesitamos el tiempo suficiente para, después de cumplir con esas condiciones, trabajemos duro hasta lograr los objetivos de desarrollo y bienestar para todos.
Es ahí donde está el problema. En el tiempo, los dolores y los sacrificios que toma alcanzar desarrollo y bienestar. Por eso, son indispensables los estadistas, los líderes capaces, honorables, con visión de Estado. Una especie escasa en nuestros tiempos.
Los pueblos hemos perdido la confianza y la paciencia, y por eso los cantos de sirena y la mentira populista engañan y avanzan.
La disciplina y un marco jurídico impecable o el Estado de Derecho en democracia son el tanque de oxígeno para alcanzar desarrollo y bienestar.
Se asume que la libertad individual es el fundamento seguro, sagrado e incuestionable que permite hacer todo lo demás. Por eso, la democracia, la división de poderes que consolida la república y el Estado de Derecho son las misiones obligadas que, sumadas a la educación, nos liberan del subdesarrollo político que nos reprime y nos esclaviza en la pobreza.
América Latina vive atrapada en el péndulo ideológico que más responde a ambiciones personales de caudillos, tiranos y cavernícolas.
La libertad y la democracia no son privilegios, son responsabilidades que se deben respetar, cumplir y proteger. Y son las condiciones para alcanzar el desarrollo.
Por eso, debemos tomar conciencia de que vienen años difíciles para América Latina. Con Estados débiles y disfuncionales, la pandemia aceleró nuestras desgracias y está sirviendo de plataforma a la locura populista de la izquierda radical empoderada a causa de la corrupción de la derecha incompetente.
La democracia y la libertad están en peligro y lo está también el futuro.
Si al menos queremos, en nuestro tiempo de vida, sentar las bases que nos permitan avanzar, un primer paso seguro y honorable será hacer un acto de humildad que reconozca nuestras limitaciones. El segundo es estar dispuestos a los sacrificios necesarios para defender el único valor y el único camino que da luz y resplandor a las naciones: La Libertad.