Para Centroamérica es urgente detener el imparable deterioro institucional y político.
La apertura democrática de los 80s, para Centroamérica, fue el punto de inflexión para las generaciones de ciudadanos que hoy somos responsables de la realidad que vivimos, de las instituciones que hemos construido y del estado de prosperidad o desdicha que ha alcanzado la región.
Aquellos momentos de consensos y construcción, hace 35 años, se fueron contaminando a gran velocidad, hasta llegar a los Estados que hoy tenemos: Estados en desacuerdo, Estados capturados, con extremos como el de Nicaragua, e incapaces de alcanzar consensos suficientes para lograr metas positivas; incapaces de satisfacer tan siquiera las necesidades primarias y un marco de confianza que promueva la inversión y la creación de oportunidades en los niveles que las necesitamos.
Para Centroamérica es urgente detener el imparable deterioro institucional y político. Cuanto más se degradan nuestras democracias, más se profundiza la derrota de una región que tiene todo para ganar. Con instituciones débiles o capturadas se pierde la confianza y la economía no crece. La corrupción y el populismo se apoderan de la sociedad.
Con las excepciones conocidas en Costa Rica y Panamá, la región sigue siendo víctima de un subdesarrollo político humillante y destructivo que ha acumulado frustración y desprecio de los ciudadanos para la clase política dominante; y cuando un pueblo con hambre se harta de su clase política, si no se construye el cambio, se llega al final del camino.
Centroamérica está hoy en un delicado punto de inflexión. Necesita de sus mejores líderes en todos los sectores de la sociedad, para que, desde las mesas del debate público para los asuntos de Estado, se discutan y se decidan las acciones que nos permitan construir democracias republicanas y de derecho que garanticen los derechos y libertades de los ciudadanos.
Podemos seguir intentando adaptarnos a lo que venga, y algunos sobrevivirán. Con la madre naturaleza es poco o nada lo que podemos hacer; pero, por el bien de Centroamérica, debemos corregir el comportamiento de los políticos y apuntalar el compromiso de las élites, pues las democracias y la libertad en América Latina están amenazadas, principalmente, por un movimiento populista de extrema izquierda que quiere acabar con los valores democráticos, republicanos y liberales de occidente.
El poder es siempre parcial; se consigue y se mantiene a base de compromisos y renuncias. El poder es limitado y para que funcione debe ser compartido; producto de un consenso inteligente que resuelve los problemas de la gente y mantiene la esperanza y el optimismo en el futuro.
El poder, más que ocuparlo, debe ser un instrumento de transformación, de solución y evolución. Capaz de llegar a los acuerdos necesarios. O se derrumba, se pierde, se vuelve irrelevante.
Por eso es indispensable que las discusiones y las de- cisiones de Estado, por el bien de las democracias de la región, se realicen lejos de la extrema izquierda populista que busca destruir democracias que todavía no nacen; y también, lejos, de la extrema derecha retrógrada y egoísta que no entiende que la corrupción, la incompetencia de los políticos y la falta de integridad para tomar las decisiones que nuestras repúblicas necesitan, es el camino más corto a la captura criminal del Estado y la pérdida de nuestras libertades, a manos de los grupos extremistas que buscan la destrucción de las repúblicas democráticas y Liberales a las que Centroamérica puede y debe aspirar. La apertura democrática de los 80's marcó un momento de nuestra historia que debemos recuperar. Aquellos días de tolerancia, unidad, consenso y armonía deben volver para rescatar el rumbo de una región que lo perdió. De esto dependen el presente y el futuro de la democracia republicana liberal y de Derecho que Centroamérica merece y necesita.
De nosotros depende pasar de la intemperie y la soledad a la compañía y al abrazo de la gente que queremos. De nosotros depende construir el nuevo mundo que dejaremos a las siguientes generaciones.