Hace un año el mundo entró en territorio desconocido para las generaciones que hoy lo habitamos. La pandemia del Covid 19 paralizó el planeta, los pueblos se debatieron entre los dilemas que generan los mecanismos del miedo y la capacidad del ser humano para encontrar la serenidad para enfrentarlo, la humildad para aceptar la fuerza de la naturaleza y la inteligencia para sobrevivir.
Después de 12 meses de encierro y asilamiento para muchos, y de seguir luchando cada día para comer, para la mayoría, tenemos la oportunidad de vernos hacia adentro para reconocer las cosas no están bien en nosotros, como personas, como sociedad, como nación.
Hoy tenemos la oportunidad para hacer que esta crisis sirva de algo; que sirva para iniciar un mundo nuevo y una cultura distinta, con sentido de responsabilidad por la nación, por la política, por el ser ciudadanos, por el ser humanos.
Una de las lecciones que debe quedar aprendida es que la economía es una ciencia tan humana y tan vulnerable como la salud; y que, de ella, dependemos más de lo que creímos. Si la economía o la salud fracasan, el ser humano está en peligro.
Los ingresos a los que la economía permite a la gente acceder son para que resuelva su diario vivir. Los impuestos, que también salen de la economía, sirven para que los gobiernos funcionen. Y el desarrollo de las naciones solo se alcanza cuando sus economías han sido bien gestionadas y han tenido las condiciones y las certezas que necesitan.
Después de un año, desde que nos cambió la vida y el mundo, podemos confirmar que todo lo que pensamos que era estable y permanente: instituciones, personas, ideas, modelos de negocio, formas de trabajar, la vida diaria, resultaron ser frágiles y transitorias.
Millones de seres humanos han sufrido y vivido momentos de drama en los últimos 12 meses. Muchos de ellos ya vivían así antes de la pandemia. Miles de seres humanos perdieron su trabajo, sus empresas; por eso, toca ahora a estadistas, líderes y expertos ordenar, restituir y fortalecer la dimensión económica de la vida para devolver esperanza y oportunidad a los guatemaltecos.
Lo que sí ha demostrado la nación guatemalteca, su gente, cada uno, es que somos un pueblo fuerte de cuerpo y espíritu y que hemos dado una buena batalla.
Sigamos trabajando, pero sobretodo, sigamos desde calles, aceras, ventanas, balcones y terrazas rompiendo en aplausos para quienes trabajan en hospitales y centros de salud, para las fuerzas de tránsito y seguridad y para todos los que, a pesar de poner en riesgo su vida, siguieron trabajando por mantener viva a la nación. Ellos son los héroes que la historia recordará.
Somos una democracia joven pero cansada y capturada por un subdesarrollo político hiriente y vergonzoso.
Somos una nación que grita desesperada por la necesidad de una nueva generación de próceres que nos haga nación de verdad.
Como todas las crisis, ésta, también pasará. Está pasando. Sigamos resistiendo para seguir viviendo y saldremos de ella moralmente más fuertes, cívicamente mejores ciudadanos y graduados de seres humanos como los que Guatemala necesita.