Editorial del programa Razón de Estado número 123
Si debemos proyectar lo que será 2021 por lo que nos tocó vivir en 2020, analistas serios del mundo coinciden en que los próximos 12 meses estarán marcados por la incertidumbre. Y no es para menos. Controlar una pandemia, llevar la vacuna a todo el planeta, reactivar economías, recuperar los millones de empleos perdidos, hacer que los políticos se comporten de forma responsable, honesta y honorable y llevar alivio a las víctimas de tantos desastres son solo los deberes urgentes para responder a la crisis.
Las tensiones geopolíticas entre las potencias, el cambio climático con sus tormentas e inundaciones, el riesgo nuclear, el debilitamiento de las democracias, economías insuficientes, las tentaciones autoritarias y la constante amenaza a las libertades son también algunos de los desafíos a los que, desde hace años, buscamos formas de enfrentar con logros discutibles.
Los países pequeños, pobres, rehenes de su propio subdesarrollo político, mal gobernados, infestados de corrupción, con élites distraídas; para salvar su futuro, primero, deben rectificar el presente.
Guatemala está en la triste lista de naciones afligidas a las que, de momento, analistas y tanques de pensamiento del mundo califican de fracasadas.
La vida es cuestión de saldos y de avances, y en nuestro país, en el primero vamos para abajo y en el segundo para atrás.
Hay gente que dice que la clave del éxito está en ser optimista y en mantener pensamientos positivos. Un ejercicio que, sin duda, es bueno para la salud. El problema es que cuando las aspiraciones, los anhelos, los sueños están lejos de los esfuerzos y los sacrificios necesarios, ese ejercicio se convierte en una fantasía de corta duración.
El optimismo que da valor y energía se produce cuando se llama a las cosas por su nombre, cuando se enfrenta la realidad con sus dolores y sus espinas y se pelea para cambiarla. A eso le llaman optimismo inteligente.
Con la responsabilidad y el respeto que impone estar al frente de tribunas como ésta, me permito afirmar que las generaciones que hoy habitamos Guatemala debemos cuestionarnos si el tiempo que nos queda para rectificar el presente se acabó. Los hechos, los números y las pruebas indican que nuestro país se desliza con velocidad, indolencia y peligro a un nivel más bajo de infamia política, de quiebra institucional, de ruina económica y social.
La historia nos enseña que hay sótanos, abismos y tinieblas de los que cuesta varias generaciones salir. ¿Qué queremos para quienes hoy habitamos esta tierra? ¿Estamos dispuestos a rectificar el presenta para salvar el futuro?
Guatemala necesita la fuerza de sus ciudadanos. Guatemala necesita recalibrar el compás moral de la sociedad y exponer, denunciar, a quienes hoy usurpan los poderes del Estado con fines corruptos y criminales.
El presente se rectifica con las reformas que el Estado necesita, con leyes que se cumplen y políticas públicas que nos den sentido de nación, confianza y esperanza. Así se rescata el futuro.
La sociedad guatemalteca, el ciudadano, ha demostrado su valor y su capacidad constructiva en los momentos difíciles; y en las encrucijadas de nuestra historia, hemos sabido responder.
Esto es lo que hoy necesita nuestro país. Una actitud cívica, valiente y decidida. Necesitamos volver a creer en un futuro de oportunidades; en un futuro con las palabras grandes: Justicia, Democracia y Libertad.