Editorial del programa Razón de Estado número 120
Para encontrarle sentido y explicación a 2020 es necesario señalar el camino al que debemos volver; reconocer con responsabilidad y humildad el daño que estamos causando a nuestro país, a nuestra democracia y a nosotros mismos.
En Fundación Libertad y Desarrollo creemos en sociedades y economías abiertas, creemos en el libre intercambio, movimiento y dinamismo de bienes, capitales, personas e ideas; creemos en sociedades donde las libertades universales son protegidas de los abusos del poder y el Estado de Derecho se respeta.
Por eso, vemos con preocupación que, desde la apertura democrática, hace 35 años, fuimos perdiendo la esencia y los valores que constituyen una democracia. La representación, la división de poderes y la pluralidad fueron secuestradas por una partitocracia corrupta, mediocre y con frecuencia criminal. Una partitocracia, cada día más, dominada por gente primitiva, ignorante y ambiciosa.
Esa partitocracia designa a las autoridades de entidades constitucionales y órganos reguladores; pero, qué puede ofrecer esa gente si no tiene concepto de Estado, de leyes, de derechos ni obligaciones; a ellos no le interesa el bienestar de los ciudadanos. Son lobos.
A pesar de los esfuerzos del pequeño grupo de diputados y de algunos líderes políticos decentes y honorables, la mafia criminal que domina los poderes del Estado continúa sin control, sin frenos ni contrapesos, capturando las instituciones de la democracia, quebrantando el principio de división de poderes y destruyendo el edificio del Estado democrático de derecho.
Estamos frente a un nuevo orden, iliberal, antidemocrático y criminal, con abusos, prácticas y violaciones a las que las élites tradicionales no saben dar respuesta.
Élites a las que ha perdido su soberbia, al pensar que podían seguir haciendo “politics as usual”, como si nada estuviera pasando, como si nuestro país no sufriera una deriva institucional suicida, una crisis social permanente y un proceso de autodestrucción que, por momentos parece imparable.
La partitocracia deshonesta y delincuente en que ha degenerado nuestra democracia vulnera el principio de división de poderes, desvirtúa al Estado, arrasa con todos los principios democráticos e imposibilita el desarrollo. Por eso Guatemala sigue pobre y atrasada.
Es verdad que la Guatemala de ahora es muy distinta a la del conflicto armado y también es cierto que en esto que llamamos era democrática hemos tenido momentos de avance y esperanza. El noveno gobierno de la democracia tiene hoy la palabra; pero 5 de los 8 gobiernos electos que le precedieron, en lugar de hacer que la democracia republicana calara profundamente en la sociedad, se dedicaron a corromperla, desvirtuarla y destruirla. Hoy, corre peligro de muerte.
Esto tiene solución. Se llama ciudadanía presente… Ser ciudadano es lo que cambia el rumbo de esta historia. Exigir las reformas del Estado; la electoral primero, para sacar la basura del Estado. Ser ciudadano es la solución. Exigir que las autoridades cumplan, respeten y se comporten.
Guatemala está al borde del precipicio, haciendo equilibrio en una cuerda floja entre dos escenarios; el actual, dominado por nuestro subdesarrollo político, el desencanto de un pueblo con su democracia, una realidad social inhumana y vergonzosa, una economía insuficiente, una pandemia y, por el momento, dos tormentas; y otro escenario, de posibilidades e ilusiones, en el que, si queremos, podemos recuperar los valores fundacionales de una sociedad liberal, democrática, humana y decente.
Ojalá que el espíritu de la democracia liberal con que soñamos hace 35 años vuelva a prevalecer entre los ciudadanos y los dirigentes que tienen hoy en sus manos el porvenir de Guatemala.
Mi nombre es Dionisio Gutiérrez y esto es Razón de Estado.