Editorial del programa Razón de Estado número 119
En el occidente desarrollado se da por seguro que mientras haya elecciones, las democracias están resguardadas porque se puede cambiar a los políticos que hacen mal su trabajo. Saben que la división de poderes y las instituciones están protegidas por sus funcionarios de carrera y por sus jueces. Se respeta la ley; quien la viola enfrenta la justicia, y los ciudadanos son celosos vigilantes de su democracia y sus instituciones. Cuando estas fallan, los ciudadanos se hacen sentir.
En ese mundo civilizado, moderno y de instituciones que, a pesar de sus desafíos, que también los tienen, resuelven sus problemas, no entienden países como Guatemala. Nos ven como naciones absurdas, irracionales, que hacemos todo lo posible para fracasar.
Si analizamos la forma en que nos gobernamos, a la gente que “elegimos” para que nos gobierne, las cosas que hacen, lo poco o nada que les exigimos y lo mal que funciona el Estado, pues empieza uno a entender por qué, desde el mundo desarrollado, nos ven como a cuadrumanos retrógrados y atrasados, como a primates que nos devoramos unos a otros.
Tal vez, y antes de intentar encontrar el espacio de paz que ofrece el final de cada año; y éste, a pesar de la pandemia, debemos hacernos algunas preguntas con las que nos acusan desde otras geografías.
¿Qué diagnóstico y qué desenlace puede tener una nación gobernada por la corrupción, el narcotráfico, la incompetencia, el cinismo, la mentira, la indiferencia y la impunidad?
¿Qué pasa con un país en el que su Congreso, el poder más representativo de la democracia, está dominado y manipulado, desde hace demasiado tiempo, por ignorantes, incapaces, bandidos y narcos? Gente que no tiene idea de la enorme responsabilidad que ostenta; gente que no se enteró del juramento que hizo a la nación, gente que está destruyendo nuestra democracia.
¿Cómo se evita la tragedia que impone a esos diputados que corrompen y mal gobiernan el Congreso, si tenemos un Tribunal Supremo Electoral que ellos mismos eligieron? Un grupo de magistrados que, en lugar de sancionar políticos delincuentes y cancelar partidos corruptos, son cómplices y comparsas; son también verdugos de nuestra democracia.
¿Cómo quedarán la democracia y la república cuando los diputados hayan hecho del Sistema de Justicia una obra a imagen y semejanza de lo que ellos son y representan?
Además de robar y ofender a los ciudadanos, esos diputados, después de más de un año de hacerse las bestias para no elegir Cortes de Justicia, en los primeros meses de 2021 terminarán su obra funesta y macabra: la república será una mentira más y el Estado de Guatemala será un Estado criminal.
Sí, un término fuerte; exagerado para los despistados, pesimista para los ingenuos, falso para los figurantes y sus cómplices. Pero, si somos honestos, debemos reconocer que Guatemala tiene todos los síntomas del virus que asesina democracias. Síntomas testarudos y endémicos que ocasionan y acrecientan el sufrimiento y la pobreza de la nación… con total impunidad.
Desde el Congreso disparan a matar contra nuestra democracia, contra sus instituciones, contra nuestros derechos y libertades; por eso, el mundo civilizado nos ve como una democracia moribunda, empecinada en cavar su propia tumba.
Algún día, Guatemala, tendrás hijos que valoren el honor que significa servir con honradez a la nación.