Editorial del programa Razón de Estado número 303.
Decía un querido maestro que los tiempos están hechos por la gente que los habita. Esto explica por qué la historia ha premiado a los grandes, a los vencedores, a quienes hicieron historia. Y explica por qué es implacable con las generaciones que se dejan vencer ante las derrotas, la incertidumbre o la desesperanza. Por eso, es importante conocerla y aprender de ella.
Uno de los grandes desafíos que hoy enfrentamos es que la historia, el pasado, la realidad, se retuerce, se manipula para que encaje en las trampas y en las mentiras de quienes quieren vivir y llevar a las sociedades por derivas populistas y autoritarias, ya sea con fines imperialistas, dictatoriales o criminales. Los mismos que mienten acerca de la historia también falsean y engañan sobre las condiciones de certeza jurídica, respeto a la propiedad privada y libertad que necesita el proceso económico.
Los países hoy desarrollados, aunque estén viviendo de glorias pasadas porque sus nuevas autoridades se equivocan el camino, dan cuenta de ello. Es aquí donde, en este presente de amenazas e incertidumbre, las élites debieran decir presente, pero las que hacen falta no están. Las élites económicas de hoy se creyeron la historia del fin de la historia y se durmieron en sus laureles. Se confiaron y dejaron de invertir en el sistema de la democracia liberal, con instituciones sólidas e independientes que garantizan la división de poderes, el Estado de derecho y la práctica de pesos y contrapesos, sin los que la palabra democracia es letra muerta.
Las élites económicas de hoy, en lugar de evolucionar y estar a la altura de los tiempos, se resignaron con la defensa de sus intereses gremiales y se acomodaron en los acuerdos con el poder de turno. Se quedaron en el siglo XX haciendo política desde sus trincheras y están perdiendo. La otra élite vital, la academia, está permitiendo y hasta motivando, que demasiadas universidades del mundo se conviertan en centros de adoctrinamiento ideológico y entrenamiento para la confrontación desde plataformas como la agenda woke y otras, despreciando la formación en responsabilidad individual, iniciativa personal y la cultura del mérito.
Se acabó la indignación ante la ignorancia y la desfachatez de quienes viven de la desinformación y la mentira. El profesorado ha perdido brillo y está dejando a la juventud desprovista de mecanismos de defensa y conocimiento. Estas son las tragedias que debemos resolver si queremos salvar el siglo XXI, además de rescatar las bibliotecas que hoy se desprecian o se destruyen, debemos recuperar el sentido común y la decencia que impone volver a los valores que construyeron el mundo libre. El primero de ellos, la libertad que solo ofrece el orden liberal.