369. Dionisio Gutiérrez: In the Theater of Public Life

September 19, 2025
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369. Dionisio Gutiérrez: En el teatro de la vida pública

Editorial del programa 369 de Razón de Estado


En el teatro de la vida pública, hay tres personajes que, cuando coinciden, hacen temblar los cimientos de toda república: la intolerancia, la ignorancia y la violencia política. No son nuevos ni exclusivos de nuestro tiempo, pero hoy parecen desfilar con insolencia por las calles de la democracia, desafiando sus reglas, burlando su espíritu y corrompiendo su promesa de convivencia civilizada.

La intolerancia es la peste de los espíritus cerrados. El hombre-masa es aquel que no se exige a sí mismo; es el que confunde su opinión con verdad absoluta. De ahí nace la intolerancia: de la incapacidad de aceptar la diferencia, de la pobreza intelectual de quien cree que la discrepancia es enemistad. 

La intolerancia convierte el diálogo en gritos, la plaza en trinchera, la política en guerra santa. No hay democracia sin pluralidad. 

La ignorancia es la madre de todas las servidumbres. Dicen que la pluma es lengua del alma, pero cuando las almas no se educan, la pluma se convierte en arma de repetición de consignas. La ignorancia, esa herencia que se perpetúa cuando se abandona la educación, produce ciudadanos incapaces de distinguir entre el demagogo y el estadista, entre el discurso seductor y la verdad exigente. 

Una sociedad ignorante es pasto fácil para el populismo, que la manipula a su antojo y la entretiene mientras la empobrece. Sin educación cívica, sin pensamiento crítico, la libertad se convierte en ilusión y el futuro, en mentira.

Y la violencia política es el fracaso de la razón. Cuando la palabra se agota y la razón es sustituida por la fuerza, aparece el peor de los personajes. La violencia política es la renuncia a la civilización. Es la quema de puentes que separan al adversario del enemigo. Es el aplauso a los linchamientos, la intimidación al disidente, la amenaza al periodista, la celebración del crimen. Una sociedad que normaliza la violencia política está a un paso de justificar el autoritarismo en nombre del orden.

Así, la intolerancia, la ignorancia y la violencia convierten la política en campo minado. Las instituciones se debilitan, los mejores se retiran, los mediocres se eternizan. La democracia pierde su esencia, la libertad se pone en peligro, las naciones se condenan al estancamiento moral y económico. 

La democracia necesita ciudadanos libres, responsables y dispuestos a denunciar y a debatir. Por eso, es deber de cada ciudadano cultivar la razón, practicar el respeto y exigir que el poder rinda cuentas.

Solo así, la democracia dejará de ser rehén de sus enemigos internos y volverá a ser el arte de convivir en libertad y de construir un futuro digno para todos.

 

 

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