
Editorial del programa Razón de Estado número 342.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos asumió el liderazgo de Occidente y su defensa militar. Europa inició la reconstrucción y fundó su modelo de desarrollo en la democracia liberal y el capitalismo. Con la caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética, Estados Unidos se consolidó como el nuevo imperio y la nación más respetada del planeta.
La historia de la humanidad ha estado marcada por ciclos en los que el cambio y la disrupción son la norma; y, como los seres humanos somos criaturas todavía en proceso de evolución y la única especie que tropieza varias veces con la misma piedra, pues estamos, en este momento, forzando el cambio de este ciclo, sin corregirlo, a otro, que, por el momento, ofrece más volatilidad e incertidumbre que luces y esperanza.
La democracia liberal y la libertad económica son el modelo que más desarrollo y bienestar dieron al mundo, pero, en los últimos 20 años, ese modelo entró en un proceso de deterioro y degradación porque la política se convirtió en desagüe y los políticos, en plaga. El ciudadano quedó atrapado en un sistema de democracias disfuncionales y de fachada: populistas y autoritarias. Y ni hablemos de las dictaduras.
Europa se perdió en las regulaciones, los controles de la burocracia y la complacencia del bienestar. En los últimos 15 años, bajó del 25 al 15% de la economía global, y su influencia en el mundo está en la frontera de la irrelevancia.
Estados Unidos entró en una espiral de gasto y deuda insostenibles; el cinismo y la división tomaron control de la política, y hoy da la impresión de que están desarmando el modelo de instituciones y Estado de derecho que lo hicieron nación exitosa.
El drama es que las opciones no son opción. China, Rusia o Irán son Estados criminales con agendas imperiales. Su enemigo es el Occidente Libre, pero este se durmió en el timón.
Por estas razones, una mala paz en Ucrania, o, peor aún, el triunfo del criminal invasor, traerá consecuencias devastadoras para Europa y sería el precedente que abra las puertas de Taiwán para China, las de Corea del Sur para la del Norte, y que Medio Oriente se incendie otra vez.
Si la Segunda Guerra Mundial fue el precio que se pagó por la democracia liberal y la libertad económica, tengamos cuidado, pues hoy hay varios locos con poder jugando con fuego. Por eso, es vital que Occidente vuelva a la agenda de la libertad y la racionalidad política. Es vital que vuelva a los valores que lo hicieron la civilización más exitosa de la historia. El primero de ellos: la libertad.