Editorial del programa Razón de Estado número 99
Los Estados democráticos, ni en pandemia, gobiernan contra la gente. Los gobiernos de países civilizados, aunque sean subdesarrollados; en esta crisis, han dejado en libertad a sus ciudadanos para que elijan y decidan cómo resolver su diario vivir.
Los poderes del mundo, sobre todo los políticos, dedican tiempo y recursos para controlar la narrativa y la realidad en la vida de las naciones; con fines ideológicos, económicos o sociales; legítimos o no, bien intencionados o no. También con fines criminales y de otras índoles, pero ese es tema para otro día.
La ambición, la codicia, la soberbia, la ignorancia, la incompetencia, el abuso, la corrupción y la impunidad son prácticas comunes que limitan y dañan el desarrollo de las naciones. Uno pensaría que en tiempos de pandemia se manifiestan y se activan las virtudes más respetables del ser humano. Parece que no. Por eso, hoy más que nunca, es importante marcar el paso y poner límites al poder.
Las palabras han perdido su inocencia y la verdad y la política nunca se han llevado bien. El ciudadano es el llamado a proteger las libertades del ciudadano y a rechazar imposiciones de gobiernos autoritarios.
Por estas tierras recuperamos algunos grados de libertad. Faltan otros, para al menos, regresar a la anormalidad que vivíamos antes de la pandemia.
Al virus no le importa quiénes somos o qué sentimos y seguirá avanzado porque su fin es quitarlos hasta la vida, si nos dejamos.
No caigamos víctimas del miedo, pero seamos responsables. Podemos perderlo todo; pero no permitamos que nos quiten la libertad. Eso es peor que perder la vida. Al menos para mi.