198. Dionisio Gutiérrez: La historia se repite

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197. Dionisio Gutiérrez: Don Quijotes y Sanchos Panza

Editorial del programa Razón de Estado número 198


En septiembre de 1939 Hitler atacó Polonia y sin que fuera su plan, provocó la Segunda Guerra Mundial, que lo llevó a la derrota total, pero después de 60 millones de muertos.

 

Historiadores y analistas serios afirman que la injusta y cobarde invasión a Ucrania y los incontables crímenes de guerra que está cometiendo el criminal déspota del Kremlin, tienen muchas similitudes con lo que el mundo vivió en aquel lejano 1939 con el agravante que añade, hoy, la presencia de armas nucleares.

 

Como Hitler en su día, hoy, Putin más que atacar a Ucrania, ejecutó un asalto en Europa sin medir sus capacidades ni calcular las consecuencias. La primera, el coraje y la convicción del pueblo ucraniano para defender su tierra y su hogar, y la segunda, la contundente respuesta de Occidente.

 

Hoy estamos presenciando la decisión de países considerados neutrales de formar parte de la Organización del Atlántico Norte, y de naciones que habían detenido inversiones en defensa, pedir a sus Congresos el presupuesto suficiente para armarse y poder defenderse de sociópatas como el que hoy domina en Moscú.

 

Cada día se suman más países a la defensa de Ucrania y a las sanciones contra Rusia, pero también, se debe tomar en cuenta que cuando un criminal desquiciado con armas nucleares se siente perdido, el mundo corre peligro.

 

La invasión a Ucrania amenazó, puso en jaque el orden internacional liberal que surgió después de la Segunda Guerra Mundial, y abrió la puerta a un nuevo orden global que todavía no se sabe a dónde llegará.

 

Las democracias son más impacientes que las autocracias pero no les gusta que amenacen su libertad. La interdependencia económica es un disuasivo contra la guerra pero cuando aparece un tirano con armas nucleares que está dispuesto de borrar del mapa un país porque no se lo pudo robar, la impaciencia y la economía de las democracias deberán ser parte del sacrificio, pues será cuestión de sobrevivencia.

En los últimos setenta años, después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo había vivido sin grandes guerras o conflictos globales. Aquellos fueron los mismos setenta años en que la especie humana fue capaz de reducir la pobreza extrema más que nunca en la historia, alcanzar los más altos niveles de bienestar, y sobre todo, fueron siete décadas en las que se demostró que el único camino al desarrollo y la prosperidad lo ofrecen la libertad, la democracia liberal y la división de poderes que garantizan las repúblicas de verdad, y las monarquías parlamentarias.

 

El Occidente desarrollado liderado por Estados Unidos y la Unión Europea son hoy el frente y la esperanza del mundo libre. El todavía joven siglo XXI tiene 88 años por delante, casi nueve décadas que quedarán dramáticamente marcadas por el desenlace en Ucrania y por el juicio y la sentencia que debe enfrentar el solitario criminal del Kremlin que se creyó con demasiado poder y quien en primer lugar debe rendir cuentas al pueblo ruso al que tiene sometido, humillado y sin libertad y ante el pueblo ucraniano, al que está masacrando sin piedad y con el mismo odio que los peores genocidas de la historia.

 

Si en los años que quedan al siglo XXI queremos vivir en un mundo que respeta los derechos de los seres humanos y los valores que le dan respeto y dignidad, el Occidente libre, hoy, más que nunca, y con una sola voz debe gritar ¡Gloria a Ucrania!

 

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