Editorial del programa Razón de Estado número 112
Dicen que es bueno aprender de la historia, aunque sea para no repetirla. Sin embargo, en pleno Siglo XXI, la especie humana sigue sufriendo las consecuencias de los mismos errores, vacíos y ausencias que nos han acompañado a través de la historia.
Seguimos explorando alternativas y buscando respuestas para alcanzar la misma quimera que se propuso el ser humano desde que se instaló como el protagonista de la creación: desarrollo y bienestar.
Parece ser que nuestro diseño, nuestra forma de ser, tiene conflicto o una especie de corto circuito, para ser consecuentes, para trabajar, hacer, actuar y decidir en función de las metas y los sueños que queremos alcanzar.
Es más, muchas veces, a veces más de la cuenta, nos hacemos daño unos a otros, o incluso, nos destruirnos unos a otros; o a nosotros mismos.
Por eso, la especie humana se vio forzada a diseñar un sistema que evite que nos matemos unos a otros. El sistema menos imperfecto que se ha encontrado hasta hoy se llama democracia y funciona a través de instituciones que sirven unas de contrapeso a las otras.
El fracaso de las naciones, las dictaduras, los Estados fallidos, la polarización de la sociedad, la pobreza, la corrupción, la violencia y la impunidad son consecuencias de la erosión, el debilitamiento y el fracaso de las instituciones.
Cada día son más los expertos que aseguran que las 3 heridas que están destruyendo nuestras democracias y amenazando nuestras libertades son, la primera, la pérdida de efectividad y representatividad en la política.
¿Quién se siente hoy representado por su diputado, por su alcalde o por los dirigentes políticos que piden su voto?
Esos personajes responden cada vez más a agendas criminales que buscan dinero y poder.
La segunda herida es el declive, el debilitamiento, de la clase media. De este grupo de la sociedad depende la estabilidad política en las democracias.
El modelo de desarrollo está fallando, y con la pandemia, se aceleraron las consecuencias de algo que ya venía torcido.
Falta audacia y liderazgo en las élites para diseñar, proponer y ejecutar un modelo de desarrollo exitoso.
La tercera herida es la ausencia de justicia, la falta de certeza jurídica, el Estado sin Derecho.
Las tres heridas que sufre hoy la humanidad fueron causadas porque permitimos que las Instituciones que nosotros mismos formamos se contaminen, se perviertan y se quiebren.
Vivimos en el engaño y la contradicción. La consistencia no es una de nuestras virtudes.
En Guatemala, donde las 3 heridas son profundas, hablamos hoy de reactivar una economía que nunca ha sido muy activa, al mismo tiempo que se encuentran los millones de los caleteros sin vergüenza, al mismo tiempo que presenciamos el triste Estado que hemos construido, al mismo tiempo que somos testigos pasivos de cómo la política compra, atropella y amenaza para mantenerse en el poder.
Hablamos de reactivar una economía que, realmente, nunca ha despegado; una economía que ha servido a pocos, y que, precisamente, no da más, por las 3 heridas que no queremos curar.
Vivimos en el engaño y la contradicción. La consistencia no es una de nuestras virtudes.
Si queremos que nuestra historia deje de repetirse, la devastación humana que dejará la pandemia puede y debe ser punto de inflexión para Guatemala; debe ser el momento en que volvemos a las bases para construir una democracia republicana de instituciones y de derecho, en un marco de libertad que facilite el crecimiento económico y la creación de oportunidades.
La humildad es una virtud que ayuda a evitar que cometamos los mismos errores que la historia ya nos hizo pagar; y nos puede enseñar, de una vez por todas, que el éxito y la prosperidad de las naciones está en la fuerza de sus instituciones.