Editorial del programa Razón de Estado número 273
El Siglo XXI llegó a la América Latina con los síntomas de un cambio de era. A pesar de todo, hasta 2001, la especie humana vivió los mejores 50 años de su historia, hasta que, desde los ataques terroristas del 911, pasando por la gran recesión económica del 2008 y en medio de la locura de las redes sociales, con sus bondades y sus problemas, los latinos creímos que la democracia había llegado a nuestros países para quedarse, y peor aún, pensamos que no hacía falta cuidarla.
A través de los primeros años del nuevo Siglo, la política empezó a fallar en todo el mundo y la deriva democrática se hizo evidente. En América Latina, los años de buenos precios de las materias fueron derrochados y malversados por el populismo y la corrupción hasta que la economía global se hizo insuficiente.
En medio la indiferencia y la distracción, el caos criminal dijo presente. El narcotráfico y la corrupción decidieron organizar sus propios partidos políticos para llevar a sus representantes a los poderes del Estado.
Y así, en los últimos 20 años hemos visto la aparición y consolidación de Estados criminales en demasiados países de nuestra América Latina.
Para ellos, la democracia y las libertades civiles son un obstáculo y el Estado de Derecho una ficción inaceptable.
Su objetivo es el poder, a cualquier costo. Su herramienta es la política.
Hoy, a pesar del descaro y el cinismo, vemos, además con asombro, cómo los grupos criminales que gobiernan en esos países ejecutan el asalto final, tomando control de las cortes de justicia y de los tribunales electorales, para dar la estocada final a la libertad imponiendo democracias de fachada y de papel, con jueces que prostituyen la legalidad y legalizan el delito.
No son cortes de justicia, son cortes de la vergüenza, cortes permisivas, alcahuetes y cómplices en la imposición de gobiernos narco-populistas, autocráticos y criminales, que solo producirán pobreza y corrupción, confrontación y violencia.
América Latina lleva dos décadas de ser víctima de los poderes oscuros de la política, de las traiciones a la democracia y de la opresión, el saqueo y el abandono de quienes se dicen sus dirigentes.
América Latina necesita pasar de la incomprensión y el olvido a la promesa cumplida de un futuro mejor.
Los latinoamericanos necesitamos despertar antes de que sea tarde. La misión, aunque no lo creamos, es salvar nuestra libertad.