A través de la historia de la humanidad, la migración ha creado oportunidades y ha construido destinos; pero también ha sido un drama humano que ha separado familias y ha costado vidas.
La mayoría de los hombres y mujeres del mundo que alcanzaron el éxito, fueron migrantes que hoy son orgullo de las naciones de las que son parte. Por eso, la ilusión de arriesgar la vida con la migración. Y todo, porque en demasiados países de la América Latina, por décadas, hemos vivido en la tiranía del subdesarrollo político.
Somos países en los que la libertad está siempre bajo la amenaza de sembradores eficientes del caos, pistoleros de las extremas, caníbales que, con su corrupción, su incompetencia y su impunidad, juzgan y condenan el destino de naciones enteras. Naciones a las que, con su arrogancia y su codicia, castigan con sacrificios humanos.
El mundo de hoy, con sus desafíos, amenazas y oportunidades, necesita que sus habitantes sean rebeldes con causa para luchar por su bienestar y por su felicidad. Una lucha que se debe dar a pesar de la miseria moral y material del subdesarrollo político que las élites, sobre todo la élite política, nos han impuesto.
El mundo de hoy necesita ciudadanos que comprenden la importancia de defender, promover y preservar las normas que exigen la democracia, el Estado de Derecho y la Libertad. Sin ellas, la convivencia entre los seres humanos es imposible. Sin ellas, el desarrollo y el bienestar son imposibles.
Otra constante en la historia de la humanidad ha sido buscar el camino para evitar la angustia y la incertidumbre a cambio de favorecer la alegría y la serenidad. No todas las tristezas son iguales; las hay por excesos y por ausencias. Ante semejante encrucijada, una escritora del Siglo pasado proponía la tristeza honesta como única salida. Se puede acceder a ella en todas las edades y es fácil de encontrar. Una cosa es segura, decía, quienes la consigan en sobredosis, serán los primeros en conocer la alegría.
Conocer la alegría en el mundo político de hoy es aprender a ser ciudadano. Es saber ser libre, y estar dispuesto a pagar el costo.
Para el mundo occidental desarrollado, Guatemala, El Salvador y Honduras son fábricas de pobres, exportadores de personas, países incapaces de generar condiciones mínimas de vida para su población.
Para nosotros, los centroamericanos, la responsabilidad y los desafíos siguen siendo los mismos: realizar la reforma institucional de nuestros Estados para garantizar el Estado de Derecho y las libertades civiles, diseñar y ejecutar un modelo de desarrollo efectivo e integrar la región en una unidad económica.
Como reflexión final y en honor a los millones de migrantes que arriesgan su vida, ojalá el mundo sea algún día un territorio libre en el que los pasaportes sean cosa de la historia.
Este sería el desenlace si élites y gobiernos del mundo subdesarrollado aprendemos a gobernarnos. Si somos capaces de diseñar y ejecutar modelos de desarrollo efectivos y exitosos, generadores de oportunidades.
Así, lo último en que pensarían los ciudadanos de cada nación es en abandonar la tierra que los vio nacer.
Lo que no puede y no debe suceder en nuestros países es que seamos testigos pasivos de millones de seres humanos viviendo en la desesperanza, en las colas del hambre o en las fronteras apostando su vida al todo por el todo.
El subdesarrollo político, la ausencia de suficiente crecimiento económico, y por eso, la falta de oportunidades; la violencia, la corrupción y la impunidad están acabando con la libertad y con la democracia de una buena parte de la América Latina.
Por eso, son tan importantes la Justicia y el Estado de Derecho; porque sólo a través de su fuerza y consistencia se pueden defender la democracia y la libertad.
Sigamos pensando en el modelo que desarrollo que permitiría que, Centroamérica pueda ser, algún día, la región que no es, pero que, todavía puede ser.