Editorial del programa Razón de Estado número 336.
América Latina ha expulsado de su tierra y de su hogar a millones de seres humanos porque somos una región con altos niveles de corrupción, pobreza y violencia, y porque nuestros países ofrecen pocas oportunidades.
Usted es una persona decente e inteligente; trabaja para vivir y comprende cómo funcionan el mundo y la gente. Usted sabe que vivir en casi cualquier nación latinoamericana lo expone a estar en peligro constante, ya sea a su integridad física o por la pérdida del escaso sustento debido a la fragilidad de los trabajos.
Vivir en México, o en la mayor parte de Centroamérica, o en la Colombia de Petro, o la Bolivia de Arce y Evo Morales, y no digamos vivir en la Venezuela de la criminal narcotiranía de Maduro, entre otros, es vivir en zona roja, en la cuerda floja. La vida vale poco. La seguridad brilla por su ausencia. La economía es insuficiente. La justicia, cada día más, está al servicio de la corrupción y el narcotráfico.
Los países donde la gente se queda, que son los menos, tienen democracias razonablemente funcionales, tienen libertades civiles y las seguridades y certezas mínimas suficientes para soltar las riendas de la vida para construir hogar, familia y comunidad.
América Latina tiene muchas tareas pendientes. La primera, aprender a votar por mejores presidentes.
Los populismos, la corrupción, la incompetencia de los políticos y la indiferencia de las élites son una mala ecuación para nuestra región.
Estados Unidos y Europa han sido, por décadas, el destino de los desterrados: el lugar al que casi todos van a trabajar sin descanso, la tierra a la que van a llorar lo que dejaron atrás, la comunidad a la que van a soñar. El Occidente libre y desarrollado es el destino de quienes sienten que su país los traicionó, pero ese destino se está cerrando.
Por eso, la misión, la responsabilidad, el reto de las actuales generaciones de latinoamericanos es lograr los acuerdos mínimos suficientes para diseñar y ejecutar un modelo de desarrollo que les dé esperanza, oportunidades, futuro y bienestar.
Así es: la misión es vencer nuestro subdesarrollo político. La responsabilidad es construir democracias republicanas con Estado de derecho, donde a las leyes y a los ciudadanos se les respetan. Y el reto es convertir a nuestra América Latina en un destino para todos los que quieran trabajar y vivir en paz.
Este milagro solo puede suceder en libertad.