Editorial del programa Razón de Estado número 265

Pablo vive desde hace más de 30 años en una ciudad del norte de Estados Unidos. Sigue sin papeles. Ha trabajado donde le han dado la oportunidad. No siempre le pagaron, pues se aprovechan de su condición de “sin papeles”. Dejó a su familia en una ciudad de América del Sur y no les ha vuelto a ver. Eso sí, cada mes les envía ese dinerito del que cada día más, viven los países que no funcionan.

La migración por necesidad debe ser una de las heridas que nunca se curan. Son millones de seres humanos los que, como Pablo, amanecen cada día extrañando a su familia, con temor a ser deportados y con la amenaza de que sus derechos humanos sean atropellados.

Es triste y ofensivo que la causa principal de la migración sea el comportamiento irresponsable, egoísta, criminal, de quienes se atreven a gobernar países para robar, para destruir, para satisfacer ambiciones personales enfermas de poder.  

Muchos presidentes, alcaldes, diputados, incapaces, corruptos y hasta narcotraficantes; y fiscales y jueces deshonestos al servicio de agendas autoritarias y criminales son los causantes de la tragedia latinoamericana que tiene como dolorosa expresión el abandono de la tierra que vio nacer a quienes huyen para sobrevivir.

Gobiernos de mafias, sistemas de justicia traidores a las leyes, alcaldías al servicio del narcotráfico, congresos subalternos de la corrupción forman el común denominador causante del fracaso sin excusa de la que debería ser la región más rica y próspera del planeta.

Las élites indiferentes y encerradas en sus burbujas y los ciudadanos que se alejaron de la política porque dejaron de creer en la democracia, en la ley y en las instituciones que les dan vida, por omisión, tienen un grado de responsabilidad que deben reivindicar. 

La democracia, la república, el Estado de derecho y la libertad son esos valores de los que se habla mucho, pero se practican poco en el mundo de hoy.

Si Pablo abraza la esperanza de volver algún día a su hogar, a su familia, a su país, es porque espera que los ciudadanos, y en especial, las élites, rescatemos la política, liberemos las instituciones de la democracia, rehenes del crimen y la corrupción, y devolvamos al Estado la certidumbre, el honor y el prestigio que solo ofrecen los valores de la libertad.