Editorial del programa Razón de Estado número 258
En medio del conflicto armado, entre bombas, secuestros y asesinatos, hace 44 años, decidí convertirme en un militante de la democracia liberal y republicana, pues llegué a la conclusión de que, para sacar adelante cualquier proyecto de vida, había que diseñar y construir, primero, Estado, instituciones que se respetan, división de poderes, leyes que se cumplen y que son iguales para todos.
Desde muy joven aprendí que la política y la economía son dos caras de la misma moneda. Para que una funcione, la otra también debe funcionar. Solo así se pueden enfrentar los desafíos del desarrollo social, la estabilidad política y el crecimiento económico.
Mi participación cívica es, y ha sido siempre, a título personal. En la más absoluta soledad. Como son esos andares para quienes dan el paso al frente.
Perdí gente cercana y querida durante el conflicto armado, pero, a los 25 años, viví con ilusión la llegada de la democracia con la Constituyente del 84.
Vaya si no extrañamos hoy en la política a los protagonistas de aquellos días.
Como presidente de la Cámara de la Libre Empresa, en las elecciones de 1990, hicimos, por primera vez en Guatemala, encuestas de opinión pública para identificar las preferencias electorales de los ciudadanos antes de la votación. El objetivo fue vertebrar aquel proceso electoral y darle visibilidad, certeza y confianza para evitar sorpresas o gente que se pasara de lista.
Estábamos aprendiendo a tener elecciones libres pues veníamos de una era pasada en la que los votos se contaban en cuarteles militares y los gobiernos se imponían por la fuerza. Eran otros tiempos. O al menos, eso esperamos.
Decidimos en aquel lejano 1990 hacer encuestas, y contratamos, no a una, sino a dos empresas de investigación y a una firma de auditores para garantizar la transparencia en los resultados. Y así fue. Con el paso del tiempo, el valor estratégico de las encuestas políticas se confirmó, y éstas son hoy, una tradición necesaria y bienvenida.
Obviamente, la condición es que se hagan con rigor profesional y honradez; como lo volvimos a hacer en 2019.
Los políticos que descalifican las encuestas serias e insultan a quienes las hacen, son siempre candidatos perdedores, regularmente corruptos, indignos exponentes de la clase política tradicional que tiene al Estado en la bancarrota moral.
Para quienes se preguntan hoy, por qué en 2023 vamos a presentar dos encuestas políticas en la segunda vuelta electoral, la respuesta es que la democracia en Guatemala está en peligro.
Las elecciones de 2023 llegaron con las sombras, las trampas y los golpes de las épocas políticas más oscuras de nuestro país.
Esto tiene explicación. En los últimos 15 años hemos sufrido un retroceso institucional y democrático alarmante. Por unas y por otras, lo que avanza en Guatemala es la consolidación de un Estado al servicio de la corrupción y el narcotráfico. Y hoy, ese Estado, pretende perpetuarse en el poder violando la ley, burlándose del ciudadano, practicando justicia selectiva, coartando libertades civiles, atropellando a las autoridades electorales.
Lo que no esperaba el pacto de la corrupción es la respuesta de la sociedad. Ciudadanos, grupos sociales, tanques de pensamiento, autoridades indígenas, empresarios, iglesias, grupos de jóvenes y comunidad internacional dieron un paso al frente para rechazar la ilegal y cobarde agresión a nuestra débil democracia.
El Tribunal Supremo Electoral y la Corte Constitucional también respondieron, de forma legal, oportuna y honorable, como la nación lo esperaba.
Hacía tiempo que necesitábamos escuchar su voz y su palabra.
Las democracias hoy en día no mueren por un golpe de Estado militar o una revolución, sino por muerte lenta, provocada por la captura y la asfixia a las instituciones esenciales que les dan vida.
Guatemala está en medio de esa batalla. La debemos ganar. Pero, para lograrlo, deben prevalecer el honor, la ley y la decencia para evitar que lo más cerca que estemos de La Justicia, sea la vergüenza; como tantas veces nos ha sucedido.
Ser ciudadano, Y ESTAR, es lo que rescata y define el rumbo certero de la historia.
Exigir que las autoridades cumplan, respeten y se comporten es nuestro deber.
Por eso, el paso al frente debe ser firme, valiente, determinante. Para hacer que se cumpla la ley. Para defender la libertad de elegir. Para salvar la democracia.
Guatemala necesita refundar la política. 8 de los 10 grupos que la han gobernado desde la apertura democrática solo dejaron corrupción, subdesarrollo y pobreza, y provocaron que la política criminal y el Estado delincuente sean los grandes protagonistas en la vida de nuestra sociedad.
Semejante despropósito está quebrando los consensos fundacionales de nuestro sistema constitucional. Semejante extravío nos condena al subdesarrollo político, nos expone a la barbarie, compromete nuestro presente, amenaza nuestro futuro.
Si la historia nos enseña que el camino al desarrollo y a la prosperidad de las naciones es la democracia liberal y republicana, la que respeta la ley, la división de poderes, la propiedad privada, el mercado y los valores que dignifican al ser humano, ya no podemos, ya no debemos esperar más.
El futuro, la nación que queremos ser, solo encontrará el camino y la luz en la fuerza del ciudadano libre, en el compromiso del ciudadano que es parte de una sociedad que comprende que un Estado Democrático y de Leyes que se respetan es una obra cultural que se alcanza a través de la educación, el tiempo y una larga práctica de instituciones políticas garantes de la justicia, el Estado de Derecho y la libertad.
Este es el gran desafío de nuestro tiempo. Esta es la enorme responsabilidad histórica por la que, los ciudadanos de hoy, tendremos que rendir cuentas.
Para quienes llevamos 44 años o más, enfrentando esa batalla, este duelo es ya, un proyecto de vida.
Mi nombre es Dionisio Gutiérrez y soy el presidente de Fundación Libertad y Desarrollo.