162. Un acto de humildad necesario

Octubre 07, 2021
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162. Un acto de humildad necesario

Editorial del programa Razón de Estado número 162


 

Los seres humanos, los ciudadanos de la mayoría de las geografías del planeta, somos cómplices y testigos de cómo nuestras frágiles e imperfectas democracias republicanas se derrumban porque perdimos el ánimo, la paciencia y el rumbo; porque hemos violado y abusado de las leyes y los derechos, y olvidado los deberes y los sacrificios que conlleva proteger la libertad, la democracia, la justicia. 

La indiferencia, el creernos con todos los derechos sin tener obligaciones, la pérdida de valores en la sociedad y la corrupción nos están convirtiendo en naciones de víctimas y victimarios, en pueblos frívolos y pragmáticos con el sálvese quien pueda, en sociedades donde se cree que manda la ley del más fuerte.    

En una de las mentiras o ficciones que vive el mundo de hoy, el discurso políticamente correcto ha perdido y desperdiciado lo que debiera ser la fuerza ciudadana. El ciudadano, como institución vital de la democracia, quien, más que estar perdido en lo instrumental, falso y superficial, debiera ser el corazón y el eje rector que da fuerza, vida, esperanza y futuro a las naciones.     

Isócrates, 350 años antes de Cristo, dijo: “nuestra democracia se destruye porque ha abusado del derecho de igualdad y del derecho de libertad, porque ha enseñado al ciudadano a considerar la impertinencia como un derecho, el no respeto de las leyes como libertad, la imprudencia en las palabras como igualdad y la anarquía como felicidad”. 

Esos desvíos han construido, además de élites insensibles, y cómplices con frecuencia, una cultura política en la que sobresalen la incompetencia, la corrupción y la impunidad. La no división de poderes. La desaparición del Estado.   

Esa cultura ha formado naciones que se parecen cada día más a oscuros laberintos sin salida.

Más allá del optimismo o el pesimismo, ejercicios que cada uno practica a su manera, la única forma de entender el presente es conociendo el pasado. No solo el nuestro. El de nuestros antepasados también. Solo así se explican los vacíos los dramas, los crímenes. Solo así se entienden la indiferencia, el egoísmo, la traición al futuro. Solo así se puede explicar que toma siglos, y muchos, construir culturas que triunfan y ofrecen bienestar y desarrollo a los pueblos.  

Conocer la historia nos confirma que somos seres de esperanza, de paciencia, de tolerancia. No importa cuántas veces nos engañen, con frecuencia, volvemos a creer. Volvemos a confiar. Los humanos cometemos, una y otra vez, el mismo error.

La historia de la humanidad ha sido, y sigue siendo, de esperar, de intentar, de creer. Muchas veces, los avances, los logros, las victorias son el resultado de esfuerzos que se sumaron sin saberlo; si plan ni coordinación. Simplemente, las estrellas se alinearon y lo que sucedió, para bien o para mal, sucedió. En gran medida, ésta es la historia de la humanidad.

Filósofos, próceres, inventores, emprendedores, científicos, una minoría notable, dan cuenta de esa historia que, en realidad, apenas comienza.

La verdad es que la humanidad tiene un largo camino por delante; y así, como en cada tiempo presente a través de cada siglo, sufrían los dolores del momento, hoy, nosotros sufrimos los nuestros.

Lo que nos debe dar aliento y esperanza es que la historia es fiel testigo de que nuestra especie ha evolucionado, siempre avanzó; y el futuro de aquellos días siempre fue mejor que el presente.  

El acto de humildad necesario está en aceptar que la evolución y el desarrollo no se han dado en el tiempo de vida de unas u otras personas. Las batallas por el progreso y la modernidad, para dar resultados, toma varias generaciones.          

En América Latina pasamos un mal momento, para la vida, las ilusiones y la construcción del futuro de la gente. Se acumulan dolores, frustración y desencanto. Se suma un saldo negativo que necesita sumas y multiplicaciones para salvar el presente.    

Otro filósofo, a quien considero amigo de los años antes de Cristo dijo, “morir es el destino común de los hombres; morir con gloria es el privilegio del hombre virtuoso”

Estamos en uno de esos momentos en los que la historia demanda hombres y mujeres con valores y virtudes para salvar el futuro.   

 

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