Editorial del programa Razón de Estado número 196
En los primeros cuarenta años del siglo XX, la especie humana vivió dos guerras mundiales, una epidemia y la gran depresión económica. Crisis brutales en las que se calcula que perdimos casi 200 millones de seres humanos. Familia, amigos o conocidos de quienes vivieron aquellos años de grandes penas y dolores.
De aquellas crisis surgió, nació y creció una generación de hombres y mujeres que enfrentaron desafíos extraordinarios. Diseñaron, acordaron y ejecutaron el plan que dio la mundo la segunda mitad del siglo XX los años en que floreció el occidente libre. Los años en que se consolidaron los países que conocemos como las naciones desarrolladas.
Estadistas, dirigentes, científicos, escritores, humanistas, empresarios, artistas y líderes comunitarios, sin saber y sin hablarlo demasiado, coincidieron en identificar el momento que vivía el mundo, en los retos y necesidades que había que resolver, las soluciones que se debían encontrar, pero en especial, los valores que podían hacerlo realidad.
Hoy, vemos en el norte del continente americano, en la Europa occidental y en algunos países del Asia, los resultados que ofrece vivir en libertad, en democracias respetables donde todos cumplen las leyes por igual y en donde hay oportunidades para trabajar y alcanzar bienestar.
El siglo XXI, sólo en sus primeros 22 años está enseñando que puede traer sustos, sorpresas y eventos para los que no estamos preparados. Desde los ataques terroristas en 2001, hasta la cobarde y criminal invasión a Ucrania, hemos pasado varias crisis económicas de las que no nos hemos recuperado a la velocidad que los pueblos lo necesitan.
Hemos visto un aumento desproporcionado de los niveles de violencia y pobreza, seguimos sobrellevando el impacto que está provocando el cambio climático en todo el planeta, y encima, nos cayó una pandemia.
Estos fenómenos, la mayoría de ellos devastadores, para cientos de millones de seres humanos, han sucedido al mismo tiempo en que la política, los políticos y sus formas de gobernar en casi todo el planeta, especialmente en regiones como la latinoamericana, han perdido brillo y capacidades para ofrecer y ejecutar soluciones, pero en especial, han perdido la decencia, la vergüenza y el respeto por el ciudadano.
Por primera vez en trescientos años, la mayoría de habitantes del planeta siente que la posibilidad de alcanzar bienestar se hizo más lejana y más difícil. Esto es peligroso para la estabilidad política y la convivencia. Este es el escenario que atrae a populistas, déspotas y tiranos.
Es evidente que en el mundo de hoy, en especial en sus territorios como ese ofensivo subdesarrollo político que lastima tanto a la América Latina, hace falta una nueva generación de dirigentes, estadistas, líderes que encuentren y rescaten el espíritu que marcó la segunda parte del siglo XX y construyó el occidente libre que hoy es desarrollado.
Debemos buscar la forma de ver el pasado con los ojos del presente para construir el futuro. Un futuro que en este momento está amenazado por eventos que pueden cambiar de forma brutal y negativa el curso de la historia.
La injustificable e imperdonable invasión a Ucrania empujó al mundo a un nuevo orden internacional. Estamos ya viviendo una nueva era y enfrentando encrucijadas como la posibilidad de un evento nuclear, una crisis energética y otra alimentaria a nivel global que puede hacer de los próximos años del siglo XXI un lugar muy desagradable para vivir.
Toca entonces a la generación de cada geografía del planeta que puede tomar el mando democrático, respetuoso de la ley y de la dignidad humana, asumir el liderazgo y diseñar y ejecutar el plan que garantice a la especie humana que la posibilidad de vivir en libertad y alcanzar bienestar sigue siendo una realidad con la que podemos contar.