Editorial número 166 del programa Razón de Estado
La concepción de la política para las responsabilidades de Estado asume que ésta se basa en leyes, honradez, liderazgo, regulaciones técnicas y presupuestos en un marco constitucional respetable, respetado para gobernar por el bien de las naciones.
Se supone que las políticas públicas que genera esa forma de hacer política se manifiestan en las decisiones y acciones que toman quienes ostentan el poder político del Estado en beneficio de la gente.
Se suponen muchas cosas que no son y se acumulan promesas que no se cumplen. Con demasiada frecuencia, el bien común es lo único que importa, no a las política, sino a los políticos.
Desde esta tribuna, usted nos ha escuchado decir muchas veces que nuestra América Latina tiene serios y dolorosos problemas sociales y económicos, pero que nuestro verdadero problema es político. Así es. Nuestras desgracias tienen como causa principal nuestro subdesarrollo político.
No hemos aprendido a gobernarnos ni a escoger políticos que nos gobiernen con honradez y excelencia. Esto no tiene excusa, pero sí tiene explicación y es que los ciudadanos no hemos logrado construir una cultura societaria fundada en valores que produzca dirigentes, tecnócratas y estadistas capaces de gestionar y dirigir la sístole y la diástole de las naciones.
¿Qué pueden hacer los pueblos si la política, hoy más que nunca, se ha convertido en un desagüe de truhanes, tiranos y matones? ¿Qué debe hacer la sociedad para motivar a su mejor gente, la más capaz, la más honorable, para que acepte las posiciones en los poderes del Estado?
A través de la historia de la humanidad, es la política la que ha promovido y facilitado el desarrollo de las naciones y el bienestar de su gente, pero también es cierto que cuando la política está en las manos equivocadas, ha destruido países y ha hecho pueblos miserables, cuando no prisioneros.
Platón y Aristóteles, cuatro siglos antes de la era cristiana, fueron los primeros en estudiar la política como ciencia, como instrumento, como la disciplina que determina la vida de las naciones. Platón propuso el concepto de la república para ofrecer equilibrio al poder a través de la división de poderes, y Aristóteles, se consagró al afirmar que la ciencia política es la que define el carácter y la dinámica de las otras ciencias que impactan en la vida de los pueblos y que, por eso, la ciencia política es la más importante.
Si la política es la ciencia que determina el bienestar de la gente, uno se pregunta por qué, con tanta frecuencia, en demasiados países la política está en manos de incapaces y criminales, siempre con la complicidad de los ciudadanos, y siempre, ante la indiferencia de las élites.
¿Es ingenuidad, componenda o ignorancia creer que los países mal gobernados pueden salir adelante?
Si la política en realidad tiene tal grado de importancia y de la política dependen el bienestar, la estabilidad y la sobrevivencia de las repúblicas democráticas ¿No cree usted que hacemos muy poco para que la política esté mejor tripulada?
Si tuviéramos que identificar la misión más importante de las actuales generaciones de ciudadanos, ésta sería rescatar la política y llevar a los partidos políticos una nueva generación de dirigentes, de tecnócratas, de estadistas. Hombres y mujeres de honor, comprometidos con los valores que demandan las naciones que desean prosperar.
Esta misión se cumple desde la sociedad y desde la academia con un ilusionante proyecto de Escuela de Gobierno para las Américas que rescate los valores en la política y forme la nueva generación de pioneros, de próceres, de políticos dignos que estén dispuestos a proteger y preservar la democracia republicana y la libertad para América Latina.