Editorial del programa Razón de Estado número 329.
2024 llegó al final con la sensación de que, desde la Segunda Guerra Mundial, no se había visto en el mundo un número tan grande de países en cuidados intensivos: incapaces de gobernarse a sí mismos, sin líderes honorables, sin propuestas decentes de desarrollo, con pueblos abandonados a su suerte, sin ilusión por el presente, sin esperanza en el futuro.
El concierto de naciones no había sumado, desde hace décadas, un número tan grande de países que caigan en la categoría de Estados criminales o dictaduras, narcoestados o Estados fallidos. Ni tampoco, en las mismas democracias de Occidente, se había dado un deterioro tan grave en la salud de sus democracias, en la independencia de las instituciones que las sustentan y la división de poderes. Los conflictos armados están desbordados, la economía del mundo sigue insuficiente y la política se convirtió en un desagüe.
Es oportuno volver a preguntar los porqués y explicar los cómo y cuándo nos perdimos en el laberinto de las democracias de mentira y las republiquetas de matones, con presidentes corruptos o incapaces, diputados oportunistas y jueces indignos.
Esa es la política del desagüe, a la que se llega para imponer voluntades, violar leyes, atropellar instituciones, perseguir ciudadanos disidentes o irrespetar la voluntad de un pueblo expresada en elecciones libres. Esa es la ideología del odio y del conflicto, el populismo, la desinformación y la imposición, a la que se suma la indiferencia de las élites y la ignorancia de los pueblos.
Esta combinación perversa de elementos está deconstruyendo un mundo que puede terminar dominado por el desorden, la ingobernabilidad y el caos: los peores enemigos de la libertad y el desarrollo.
No es el mensaje de fin de año que uno quisiera recibir, pero estamos en un momento de la historia en el que además de un optimismo informado e inteligente, que es bueno para la salud, es urgente que reencontremos el rumbo de la racionalidad política y económica. Es urgente que aprendamos a vivir juntos los distintos, y es urgente que seamos capaces de forjar contratos sociales y respetarlos para generar estabilidad y crecimiento.
Es urgente ascender de la ignorancia al conocimiento, de la cobardía al valor, de la opresión a la libertad, de la pobreza al bienestar, de la desesperanza a la ilusión.
Es urgente aprender a vivir en libertad.