Editorial del programa Razón de Estado número 230
Hasta 2008, la historia de la humanidad registra que el mundo y sus habitantes evolucionaron y subieron sus niveles de bienestar en salud, educación, expectativa de vida, nivel de ingreso, certeza sobre el futuro.
A partir de aquel lejano 2008, muchas cosas cambiaron, pues hoy, las naciones del mundo estamos en una especie de impase, intentando comprender a dónde nos lleva este reventado y turbulento Siglo XXI; intentando encontrar la fórmula para enderezarlo.
El problema es hoy; ¿qué hacemos con este presente, que es nuestro y que está lleno de incertidumbre, y, en demasiados casos, desaliento; un presente lleno de misiones que parecen imposibles.
Una de ellas es la democracia y la libertad de Venezuela. No se puede ser neutral o pasivo sobre un país que duele tanto; una nación que lleva 24 años sufriendo la infamia, la represión y la barbarie a manos de un grupo de antropoides primitivos, salvajes; criminales con demasiado poder.
Como en “El olvido que seremos” de Borges, con la indiferencia pintada en el azul del cielo de las democracias occidentales, el pueblo venezolano vive abandonado a su suerte y sufre una de las más atroces tiranías de la historia contemporánea.
Desde hace tiempo, quienes viven la pesadilla chavista dejaron de compartir el testimonio de aquella tragedia humanitaria. Por dignidad. Por orgullo. Por vergüenza.
La realidad es que se acabaron las palabras para describir la degradación a la que la dictadura llevó a la sociedad venezolana. Más que una generación marcada por la falta de libertad, por el hambre y la desesperanza, aquel es un pueblo abatido por la violencia, la ausencia de oportunidades; por la imagen de familias enteras buscando alimento en un basurero.
Las naciones exitosas tienen gobiernos que promueven la libertad individual, el derecho natural indispensable para alcanzar evolución y bienestar; gobiernos que comprenden que los problemas sociales y económicos se resuelven desde la política con la participación de la sociedad. Gobiernos con autoridades capaces y honorables que respetan la norma democrática, que conocen las necesidades de la gente y responden a las condiciones de independencia, oportunidades, seguridad y certeza que los pueblos precisan para el desarrollo.
Esto es todo lo que hoy, Venezuela no tiene.
Por eso, una de las condiciones que salva el Siglo XXI es que los latinos y las sociedades libres del mundo, hagamos que la democracia, la justicia y la libertad en Venezuela sea una misión posible, victoriosa, tangible, pronta y cumplida. Eso queremos, una Venezuela libre y democrática para los venezolanos.