Editorial del programa Razón de Estado número 291
Quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos siguen siendo algunas de las preguntas que, con el paso del tiempo y las distintas generaciones, no encuentran respuesta ni logran consenso. Lo que hay son teorías y suposiciones. Algunas descabelladas. Y por supuesto, está la Fe en las creencias.
Lo que está claro es que somos la especie dominante, o al menos eso nos creemos, en un planeta, del sistema solar, que se llama tierra, que es parte de una galaxia que se llama Vía Láctea, que, a su vez, está en algún lugar del firmamento, del Universo, donde hay millones de millones de galaxias como la nuestra.
La historia y las distintas culturas nos han heredado la dimensión religiosa, varias de ellas, que, aunque no lo digan, compiten entre sí; y en el mundo de hoy, de forma acelerada, la gente se aleja de esas religiones y de las iglesias, e incluso de la dimensión espiritual. Los resultados no son alentadores.
A medida que aumentan el nivel intelectual y el bienestar material menos se practica la religión. El desafío sería, en todo caso, que el desarrollo y la evolución de nuestra especie nos lleven al crecimiento de la dimensión espiritual, para vivir con más paz, en armonía con el mundo que nos rodea, y por qué no, con éxito.
¿Se ha preguntado usted alguna vez si es más importante saber o creer? ¿Qué es la fe? ¿La necesitamos para sobrevivir en estos tiempos?
Al final, pareciera que es más seguro no buscar en la teoría lo que nos hace ser mejores, pues lo único que lo logra, es ser mejores; con acciones y con hechos. Esto es siempre lo que vale, lo que pesa y lo que cuenta.
Enfrentar la vida con valor y honradez es lo que hace digno al ser humano y lo que nos permite respetarnos a nosotros mismos. Esto es una victoria espiritual.
Nuestro reto, nuestro compromiso, debe ser construir desde lo semejante y crecer desde lo diferente, demostrar la grandeza del ser humano, los milagros que, cuando quiere, puede realizar, en su vida y en la vida de los demás.
Qué regalo nos daríamos los humanos si abrimos nuestra mente y nuestro corazón para construir sociedades más abiertas y dispuestas al trabajo en equipo, formulando sumas que multipliquen para construir sociedades de ciudadanos más solidarios y capaces de rescatar la esperanza por la vida y la ilusión en el futuro.