Editorial del programa Razón de Estado número 276
Si aceptamos que las instituciones públicas son las organizaciones que le dan vida, prestigio, valor y poder al Estado, debemos saber que, si estas fallan o caen en manos de políticos autoritarios y delincuentes, el Estado, como fundamento soberano y representativo de las naciones, cae en la quiebra legal, moral, social y económica.
La presidencia de las naciones, los congresos, las alcaldías, las entidades contraloras, los sistemas de justicia y los órganos electorales son esas instituciones de las que depende la vida del Estado, que debe estar al servicio de los ciudadanos porque es a ellos a quienes se debe.
Pues parece que, a los políticos abusivos, arrogantes, mentirosos y ladrones, esto, se les olvidó. Qué conveniente.
América Latina, como otras partes del mundo, sufre un deterioro profundo y peligroso en la política, y por eso, una degradación preocupante en la forma en que se gobiernan cada día más países.
A la incompetencia de la mayoría de los gobernantes de hoy, se suman la corrupción, el autoritarismo y la pérdida de respeto por la norma democrática. El narcotráfico y el crimen organizado son, también cada día más, el eje cómplice y transversal que, en una simbiosis perversa y peligrosa con la política, amenazan la democracia y la libertad; conspiran contra el futuro y el destino de los pueblos.
Hoy vemos gobiernos formados por criminales que en complicidad con mayorías parlamentarias y con piezas corruptas en los sistemas de justicia comprometen, asfixian y destruyen las libertades ciudadanas, fabrican evidencia para perseguir a críticos y opositores, hacen botín del presupuesto nacional, empobrecen y decepcionan a los ciudadanos.
Y encima, cuando los pueblos, que todavía lo pueden hacer, eligen nuevos gobernantes en elecciones libres, los muy infames y descarados, buscan la forma de transformarse en dictadura para hacer del país que mal gobernaron los ingratos, en su finca personal. Son impresentables.
Hay motivos para estar decepcionados e indignados con la política, pero hay razones más importantes para rescatarla y devolverle los valores y el contenido que incultos demagogos y bandoleros que mangonean a un buen número de agraviados países les robaron.
Pues debemos saber, que siempre, y la historia lo confirma, fueron los ciudadanos, quienes al final, rescataron el control de su vida y su destino, sacaron a patadas del Estado a los guarros de la política y pusieron en el pedestal que corresponde, las banderas de la democracia, el Estado de derecho y la libertad.