Editorial del programa Razón de Estado número 192
Cuando el mundo occidental y el planeta entero recibieron la noticia de la caída del Muro de Berlín en 1989, se pensó que el capitalismo había vencido al totalitarismo y al comunismo, creímos que nacerían nuevas democracias en el mundo y que el desarrollo global en libertad sería la norma.
Los expertos llamaron globalización a aquella nueva era y lo definieron como un proceso de convergencia económica, política, cultural y tecnológica.
Existe suficiente evidencia sobre que el aumento en el comercio mundial, la subida de inversiones hacia países en desarrollo y la difusión de las tecnologías trajeron un crecimiento económico espectacular.
El comercio global se disparó de 39% del Producto Interno Bruto mundial en 1990 al 58% en 2019. La pobreza extrema cayó de 36% al 9% en el mismo período; y la población migrante pasó de ser el 2.9% de la población mundial al 3.3%.
Se suponía que, con la integración económica, vendrían también la integración de cosmovisiones, ideas y culturas.
Se pensó que, con el crecimiento económico, las naciones antes pobres y autoritarias, abrazarían la democracia, el libre mercado y el respeto a los derechos fundamentales.
Sin embargo, nos perdimos en el camino, y como causa o consecuencia, en la política también estamos viendo retrocesos importantes.
El planeta pasó del florecimiento de la democracia y los derechos humanos a la recesión democrática. Hay sentencias de instituciones y tanques de pensamiento serios que indican que el mundo lleva 16 años consecutivos de declive democrático.
¿Qué falló? ¿Qué fue de los pronósticos optimistas?
Diversos expertos dicen que en primer lugar se subestimó que al ser humano lo mueven los deseos y necesidades de ser tenido en cuenta, de sentirse respetado y apreciado.
La globalización ha dejado innegables beneficios, pero también perdedores. Algunos perdedores de la globalización creen hoy que no son tenidos en cuenta ni respetados. Este resentimiento lo aprovechan líderes autoritarios que basan su política en la explotación del rencor.
Los autócratas se refieren a Occidente como un grupo de élites globales explotadoras, se autoproclaman defensores de una identidad nacional, mienten y ofrecen todo lo que saben que no cumplirán.
Los incautos que caen en las mentiras de los autoritarios son medios para consolidar tiranías. El modelo chino, ruso, cubano, venezolano y otros, busca acabar con los valores occidentales, con el modelo liberal, que, a pesar de sus vacíos y defectos, es el único que ofrece una solución aceptable a la especie humana.
Hoy, más que nunca la batalla de las ideas y el compromiso para defender la democracia y la libertad son indispensables y es el único camino que nos llevará al reconocimiento de la dignidad de la persona y a la posibilidad de que cada ser humano pueda elegir sus proyectos de vida y buscar su felicidad y realización.