Editorial del programa Razón de Estado número 172
El Siglo XXI vio la luz del día con la impresión de que, en la guerra ideológica entre el fascismo, el comunismo y el liberalismo, éste último había triunfado por goleada.
Las democracias republicanas, mercados libres, los derechos humanos, la libertad se preparaban para conquistar el mundo; pero, como sucede con frecuencia, la historia nos pasó una mala jugada.
El liberalismo está bajo ataque por el populismo de izquierda que avanza en América Latina, ayudado por la incompetencia de los políticos y la corrupción de gobiernos de izquierda y derecha.
Este fenómeno, en el marco de las distorsiones de la era exponencial en la tecnología y una economía global insuficiente está provocando la caída de democracias y libertades en manos de caudillos autoritarios.
La mayoría de los ciudadanos, desbordados, decepcionados e indiferentes, han quedado como pasivos espectadores y a merced de minorías que se convierten en turbas que promueven el caos y la destrucción del orden liberal.
Vivimos tiempos de degradación y mediocridad cultural como lo demuestran organizaciones, escuelas y universidades que están contaminadas de ideas fracasadas, recicladas y adornadas con retórica emocional. Medios de comunicación debilitados y atrapados en la dialéctica ideológica de nuestro tiempo que olvidaron defender y hacer valer la primera de las libertades: la libertad de expresión.
Vivimos tiempos en los que se ataca hasta a los muertos, cuyas estatuas están derribando.
Los líderes están fallando. La mayoría de los políticos de hoy tienen las tablas de valores invertidas. Dan prioridad a las formas y olvidan el contenido. Se dedican a lo superficial más que a la esencia; y para ganar popularidad, mienten y engañan sin importar convicciones ni principios.
La política de hoy está lejos de ser un quehacer intelectual pues se convirtió en un circo donde lo que menos hacen los payasos es divertir a la gente. Todo lo contrario. La empobrecen, la decepcionan, la traicionan. Por eso, cada día menos ciudadanos creen en la democracia, en la política y en los políticos.
Vivimos en una América Latina en la que no solo ha aumentado la pobreza de sus habitantes; también sufrimos el empobrecimiento de las ideas y el ensanchamiento de una cultura que privilegia al listo sobre el honrado, a la frivolidad sobre la responsabilidad y a la impunidad sobre el respeto a la ley.
El desprestigio de la política, en gran medida se debe a la decadencia moral e intelectual al que han llegado la mayoría de los políticos; a su comportamiento abiertamente delictivo, a su cinismo para el abuso de poder.
Éste es el punto exacto en el que nos encontramos: entre la tribalización y la tiranía; perdiendo el tiempo, cuando deberíamos estar librando la batalla cultural. La batalla en defensa del orden liberal.
Para salvar nuestras libertades, los ciudadanos debemos oponernos a toda forma de colectivismo; debemos denunciar el cinismo, la deslealtad y la complacencia de políticos y élites.
Chile y Costa Rica tienen la oportunidad en las próximas semanas de salvar su presente con la única opción presidencial que cada país ofrece. Le seguirán después Colombia y Brasil, que deberán escoger el mal menor. El resto de América Latina ya cayó o está en peligro.
El desafío del Siglo XXI es devolver brillo y prestigio a la política, rescatar las tradiciones y los valores que nos enseñaron la Grecia de Platón, la Roma de Cicerón, el Renacimiento y la Ilustración de Montaigne y Voltaire. Fundadores de los valores de occidente y promotores clásicos de la modernidad.
Manos a la obra.