Editorial número 104 del programa Razón de Estado
Los partidos políticos son el epicentro de la democracia y las instituciones a través de las cuales el ciudadano, el dirigente, participa en política y accede a gobernar, a representar a sus conciudadanos, a los que votan por él, como alcalde, diputado o presidente.
Por eso es tan importante proteger la integridad de los partidos, por eso es tan peligroso que sean instrumentos criminales.
Cuando los partidos-mafia capturan al Estado, asesinan la democracia, comprometen la justicia, amenazan la libertad; es posible que en Guatemala debamos preguntarnos si todavía vivimos en democracia, pues lo que debió ser un sistema de partidos políticos respetables, limpios, que representan al ciudadano en Estado, formados por cuadros técnicos capaces –con insuficientes excepciones–, se convirtió en una plataforma de organizaciones criminales que nacen para llegar al poder político con el fin de capturar las instituciones de la democracia para convertirla en Estado-mafia.
En su afán de apoderarse del presupuesto nacional y facilitar la corrupción, el narcotráfico y todos los negocios ilícitos posibles, necesitan controlar el sistema de justicia para operar con impunidad, y por supuesto, necesitan también dominar el Tribunal Supremo Electoral para asegurar la llave que les permite mantener operativos los vehículos con los que cometen los crímenes: los partidos políticos.
Como toda organización criminal, tienen capos, alfiles, operadores, peones y hasta sicarios.
Los grupos mafiosos que nos han gobernado, llegaron al poder a través de partidos políticos que, realmente, eran bandas de delincuentes que pintados de izquierda o de derecha, engañaron a los votantes y traicionaron a la nación.
El golpe mortal a la vida de una democracia y a las libertades de los ciudadanos se consuma cuando perdemos la posibilidad de elegir gobernantes, de forma democrática y transparente, que realmente nos representan, que cumplen con la honestidad, con el honor con el que nuestro voto los distinguió.
Por eso es tan importante vigilar y exigir un Tribunal Supremo Electoral que esté a la altura de la democracia que queremos construir.
Hoy, existen graves indicios de que el Tribunal de nuestra democracia está controlado por peones de la mafia ¿Cómo renovar entonces la clase política si esto depende del sufragio libre e inteligente, pero perdimos al garante de la democracia?
El desarrollo toma tiempo y mucho trabajo. Salir de la pobreza y alcanzar bienestar es el sueño de las naciones. Estos desafíos extraordinarios sólo se alcanzan en democracia y con electores ilustrados que saben que sin libertad y sin justicia, la democracia el causa perdida.
La crisis que vivimos y el poco tiempo en que todo cambió, no han permitido que hagamos con más exactitud las sumas y las restas de las pérdidas, la devastación, los sueños rotos, la pobreza y el sufrimiento que 2020 dejará.
Vienen tiempos de confusión y de conflicto que exigirán responsabilidad, cordura y generosidad, pero sobre todo, claridad y convicción en los valores y las disciplinas que nos sacarán adelante.
Hoy, más que nunca, la nación nos exige construir un proyecto común en el que todos cabemos, en el que todos podemos encontrar una oportunidad, en libertad, en democracia, con Estado de derecho.
Por increíble y desolador que parezca, los partidos políticos son el puente que debemos cruzar para llegar a ese proyecto de todos que se llama Guatemala.
Hagamos de los próximos años el momento del ciudadano, libre, claro, exigente, cumplidor de responsabilidades, consciente de los tiempos que le tocó vivir, dispuesto a cumplir leyes, juramentos y promesas, dispuesto a buscar la excelencia, dispuesto a triunfar por sí mismo, por su familia, por su país.