Para millones de habitantes, en la mayoría de naciones latinoamericanas, el Estado ha fracasado. Y esto es sinónimo del fracasos para sus élites.
La democracia no funciona sin la política y la política no funciona sin las élites. Por eso es tan importante la formación de una élite cívica que conduzca la república y proporcione respuesta a las necesidades y los proyectos de la sociedad con una visión de Estado de largo plazo y con un orden jurídico funcional y garante de los derechos y libertades ciudadanas. Esta élite cívica debe estar formada por ciudadanos permanentemente calificados por sus méritos cívicos. Quienes la integran salen de las élites académica, social, política y económica; de eso que llamamos hoy en día “sociedad civil”. Para millones de habitantes en la mayoría de naciones latinoamericanas, el Estado ha fracasado. Y esto es sinónimo del fracaso de sus élites.
La insuficiencia en el esfuerzo de construir repúblicas con democracias sólidas nos mantiene en constante peligro de populismos y desvíos que terminan en dictaduras con fachada democrática. Hay buenas iniciativas cívicas en la región pero se quedan pequeñas ante la magnitud de los desafíos. Tranquilizan la conciencia pero nos engañan, porque realmente el sacrificio y el compromiso necesarios no están a la altura de las circunstancias.
El diseño de Estado que nació con la apertura democrática en nuestros países no logró evolucionar, y la falta de visión y liderazgo, la torpeza y la lacra de la corrupción afectan a políticos, a grupos de la sociedad y al sector empresarial, al que se ha querido hacer ver, de forma retorcida y demagógica, como responsable de la pobreza y cómplice de la corrupción de los políticos.
La insuficiencia en el esfuerzo de construir repúblicas con democracias sólidas nos mantiene en constante peligro de populismos.
Para quienes estamos convencidos de que América Latina merece un futuro mejor, ¿llegó el momento de considerar proyectos cívicos y políticos de más calado, audaces y ambiciosos para sacar adelante al continente? ¿Estamos ante la última oportunidad de la actual generación de líderes y capitanes de la empresa privada para dejar un verdadero legado a la siguiente generación? El desafío es articular un proyecto de Estado que permita consolidar la democracia y sus instituciones para garantizar un estado de derecho; promover una economía de mercado con impulso a la inversión y a la empresa, y construir naciones prósperas y modernas. ¿Cómo saldrá Venezuela del precipicio en que está? ¿A dónde van Brasil, Ecuador, Bolivia y Nicaragua? ¿Logrará Macri sacar Argentina del pozo en que el kirchnerismo la dejó? ¿Qué deben hacer los países del cono norte de Centroamérica para dejar de estar entre los últimos del continente, en todo? ¿Logrará México consolidar una era de reformas y transformación? Y una pregunta perturbadora, con la crisis económica que golpea el continente, ¿hay riesgo de retrocesos políticos y caídas populistas y estatistas? Los latinoamericanos tenemos todavía grandes desafíos:
-desarrollar partidos políticos fuertes, institucionales, de largo plazo y con cuadros técnicos y políticos preparados para ganar elecciones y gobernar a través de los años con honradez, transparencia, capacidad y resultados.
-formar la tecnocracia, profesionales de la administración pública, que den continuidad a las políticas públicas que trascienden gobiernos e ideologías pues responden a un proyecto de Estado que tiene que ver con el desarrollo del país y el bienestar de la población.
¿Tiene el continente en este momento el capital moral y la inteligencia para lanzarse en una iniciativa de proyecto de Estado, de esas que se ven una o dos veces cada siglo en las naciones? Con plena conciencia y compromiso, los dirigentes que integren la élite cívica, especialmente quienes vengan de la élite económica, deben aceptar la ineludible responsabilidad de que tienen en sus manos el porvenir de América Latina.
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