América Latina debe unirse tras una cumbre que se convierta en verdadera custodia de los valores democráticos, la libertad, el Estado de Derecho y la promoción del mercado.
Parece mentira que en un momento en que el mundo pasa por su mejor época en el último siglo, en lo que respecta a reducción de la pobreza, avance de la clase media (a pesar de la gran recesión), desarrollo tecnológico, mejor salud, mayor expectativa de vida, menos guerras (aunque hay regiones con graves conflictos), más democracias y menos golpes de Estado; América Latina acumula conflictos, potenciales crisis, retrocesos políticos y algunas calificaciones que la podrían llevar a escenarios complejos y de alto riesgo.
Lo que sucede en Venezuela ante los ojos ciegos y el silencio cómplice del mundo es motivo de vergüenza y deshonra para los verdaderos valores de la democracia y la libertad. La cumbre “democrática” de América Latina en La Habana (II Cumbre de la CELAC), hace algunas semanas, hace cuestionar la responsabilidad y honestidad con que hoy se respetan y protegen esos valores.
El próximo nuevo derrumbe de Argentina por su manejo político y económico irracional, la declaración de recesión en Brasil, la precaria situación política y económica de Centroamérica (sus economías no crecen y varios de sus países caminan hacia el narco-Estado o a la izquierda
dogmática), la tendencia autoritaria y antidemocrática que vemos en Bolivia, Ecuador y Nicaragua, los niveles de violencia (América Latina sufre más del 40% de los homicidios violentos del mundo), la dependencia económica de materias primas sin valor agregado, los bajos niveles de inversión y de educación, y pocos y débiles acuerdos regionales destapan augurios poco alentadores para una parte importante de nuestro continente.
De derechas a izquierdas y de izquierdas a derechas, el péndulo político de América Latina va de un lado a otro entre la mezcla del cantode las ofertas electorales y la ignorancia e ingenuidad de las masas votantes. Esto nos ha hecho perder mucho tiempo y, sobre todo, oportunidades. Algunos países han resistido y la racionalidad ha privado. Otros van quedando atrapados en su laberinto, comprometiendo su destino.
Los motivos de optimismo provienen de la Alianza del Pacífico que intentan articular México,
Colombia, Perú y Chile, países que tienen coincidencias importantes sobre el respeto a la democracia, el Estado de Derecho, la propiedad privada y la vía de la inversión y el crecimiento económico para alcanzar desarrollo. Ellos son un buen ejemplo de lo que hace falta en nuestro continente. Esta es la cumbre necesaria para América Latina. Una cumbre que debiera realizarse en el Distrito Federal, en Bogotá, en Lima o en Santiago; y en la que toda América Latina se una y haga la apuesta por la democracia, la libertad y el respeto a los valores occidentales que desarrollan naciones y dan a sus pueblos una oportunidad real de bienestar.
El mundo desarrollado presenció con vergüenza ajena a los distraídos o mal intencionados que ven en esta Alianza del Pacífico conspiraciones y amenazas que buscan “debilitar” movimientos y países como Venezuela, Argentina y otros, que son los que se han dedicado a desmantelar lo poco que se había logrado construir en ellos antes de que llegaran sus actuales “gobernantes”. La cumbre necesaria para América Latina tiene dos temas: revalorizar la política y devolver racionalidad al proceso económico. La democracia, la libertad, el Estado de Derecho y el mercado, con todo y sus imperfecciones, siguen siendo el camino.