Dionisio Gutiérrez hace una reflexión sobre las diferencias en el progreso económico que existe entres Corea del Sur y la región de Centroamérica.
En cinco décadas, el ingreso per cápita de Corea del Sur pasó de US$91 a US$22.454. En Centroamérica, de US$300 a US$3.500. ¿Razones de tan dramática diferencia?
Centroamérica tiene una economía pequeña e insuficiente. Con el crecimiento económico neto anual promedio que hemos visto en los últimos 30 años no llegaremos muy lejos. Costa Rica es el único país que ha dado algunas sorpresas y las puede seguir dando. Sin embargo, el vecindario no le ayuda y tiene sus propios problemas.
Es evidente que en nuestra región, los ingresos de la población no se han incrementado lo suficiente para superar la pobreza, aliviar la desnutrición infantil y vencer el hambre. Si se considera el crecimiento económico neto de América Latina en la última década, Centroamérica tiene algunas de las economías que menos han crecido. Solamente hemos superado el desempeño de la economía de Haití.
Mientras que las economías de la región centroamericana crecen a un ritmo de subsistencia, otras naciones en América Latina y el mundo han logrado unas tasas de crecimiento que les ha permitido acercarse al desarrollo y alcanzar importantes niveles de bienestar.
En la década de los 60, los habitantes de Centroamérica tenían un ingreso anual por persona que se aproximaba a los US$300, mientras que en Corea del Sur tenían solamente US$91. Cincuenta años después, la comparación es dramática. Corea del Sur tiene hoy en día un ingreso anual por persona de US$22.454, mientras que en el cono norte de Centroamérica no pasamos de US$3.500.
Centroamérica no cuenta con un modelo de desarrollo. ¿Cuándo estaremos listos para empezar a constuirlo?
Corea del Sur se convirtió en una nación desarrollada. Produce computadoras, electrodomésticos, vehículos y teléfonos. Además, tiene uno de los mejores sistemas educativos del mundo. En la mayor parte de Centroamérica, por el contrario, más de la mitad de la población sigue pobre, los sistemas de educación y de salud son precarios, no se crean suficientes empleos para brindar oportunidades a las nuevas generaciones, la desnutrición y la mortalidad infantil es de las más altas de Latinoamérica, la infraestructura es frágil y somos la región más violenta del planeta.
Ante este panorama tan complejo, la única conclusión posible es que Centroamérica no tiene un modelo de desarrollo. No existen políticas de Estado que trasciendan gobiernos.
La inestabilidad política que hemos vivido antes, durante y después de la instauración de la democracia ha impedido que se diseñen e implementen medidas que impulsen el crecimiento sostenido de la región.
Lo más común en Centroamérica es que cada gobierno arribe al poder sin un plan de largo plazo y sin el equipo de profesionales adecuado. Llegan con medidas improvisadas, diluyendo o anulando el poco avance que pudo tener el gobierno anterior, y sin ninguna estrategia coherente e integral para cada país.
Improvisación, inestabilidad e ineficiencia han sido la constante en las políticas públicas. La construcción de un modelo de desarrollo, por el contrario, requiere objetivos claros, una estrategia y acciones consistentes a lo largo del tiempo y el paso de los gobiernos.
Sin duda alguna, es necesaria la continuidad de políticas públicas efectivas para lograr resultados positivos.
Estas cosas suceden cuando se cuenta con tecnocracia: profesionales de la administración pública, quienes son la constante en los gobiernos por capacidad y desempeño. Y esto debe lograrse a través de los cambios políticos y los procesos electorales. Tal y como lo han hecho los países que hoy son desarrollados.