Editorial del programa Razón de Estado número 97
Hace 10 años, en Washington y Madrid, dediqué varios meses para investigar y discutir con expertos y científicos en tanques de pensamiento y universidades, sobre cuáles son las principales amenazas para la humanidad. Encontramos 5: el cambio climático; la proliferación nuclear; el brote de una pandemia sin cura conocida que se extienda por el mundo sin control, causando millones de víctimas; crisis económicas globales, que pueden ser cada vez más severas por la interrelación global; y por supuesto, un conflicto armado entre dos o más potencias militares.
A pesar de que el mundo tiene identificadas las 5 amenazas más graves para la humanidad, desde hace años, no estamos preparados para ninguna de ellas. Además, hoy confirmamos que una de las amenazas que se hizo realidad; la pandemia, activó otra, una crisis económica global.
Son pocos los científicos y menos los gobiernos que tienen la humildad de reconocer que, a pesar de saber de los mayores peligros para la especie humana, hemos hecho poco o nada para prepararnos o para evitarlos. El mundo está ocupado enfrentando otras amenazas: la corrupción, Gobiernos criminalizados, terrorismo, narcotráfico, la creciente escasez de agua, desempleo estructural o la proliferación de Estados fallidos; pero ninguna de estas tiene las enormes consecuencias que tienen las cinco amenazas principales, expuestas y conocidas.
Mal hacen hoy científicos o políticos cuando caen en la arrogancia intelectual o la vanidad política de presumir que tienen la verdad sobre el virus y saben cómo combatirlo, o que, desde el poder político pueden, por orden imperial, manejar algo que es más grande que ellos.
La especie humana; en especial científicos y políticos, debemos reconocer con humildad que, de estas crisis, la de salud y la de economía, saldremos, después de muchas pruebas y errores, con muchos dolores y cicatrices; y esperemos, también con las lecciones aprendidas.
¿Cuál es la solución, la fórmula, la receta, la estrategia perfecta para enfrentar el virus sin destruir la economía? Nadie lo sabe. Lo que sí sabemos es que el virus y el hambre matan gente.
Después de casi 6 meses de pandemia y, en muchos casos, de soberbia, seguimos discutiendo quién sabe más de lo que todos saben poco, seguimos buscando medicinas viejas para combatir un virus nuevo; hablamos de una vacuna sobre la que hay más dudas e intereses geopolíticos y económicos que certeza y claridad.
Nos cuesta aceptar que los humanos somos falibles, imperfectos, más débiles de lo que creemos. Por eso cometemos tantos errores; para empezar, dejaríamos de ser humanos si estuviéramos preparados para todo.
Por estas razones, además de poner los pies en la tierra, tenemos una prioridad y dos cosas que debemos evitar. La prioridad es salvar la mayor cantidad de vidas posible. Lo que debemos evitar es castigarnos o rendirnos por sentir que estamos perdiendo. No es así. Estamos enfrentando una pandemia; y lo que toca es, reconociendo nuestras limitaciones, cruzar la tormenta, con fuerza, pero con humildad; y evitando la mayor cantidad posible de daños.
Cada día está más claro que es un error imponer medidas autoritarias; y más en países subdesarrollados, pues hacen más daño del que evitan y de todas formas el contagio avanza y continúa. Aunque se deben tomar las precauciones suficientes, ésta es la naturaleza de las pandemias.
La libertad individual con responsabilidad es y siempre será el valor más poderoso con el que pueden y deben contar gobiernos y sociedades. Cada ser humano sabe lo que es mejor para él y su familia.
Los grandes retos de nuestro tiempo son fortalecer el lado humano de nuestras vidas, aceptar que ser humildes nos dará paz en esta tormenta que apenas inicia, hacer vivas las virtudes de la responsabilidad, la honradez y la solidaridad; lograr que el sentido de nación prevalezca en nuestras acciones y en nuestras relaciones con lo demás.
El gran desafío de nuestro tiempo es rescatar los valores que hacen respetable a la raza humana.