Editorial del programa Razón de Estado número 251
De las crisis de los primeros 50 años del Siglo XX surgió la generación de hombres y mujeres que diseñaron el modelo capitalista con el que floreció el Occidente libre, las Naciones desarrolladas.
En los últimos 40 años, más de 1,300 millones de seres humanos salieron de la pobreza gracias al capitalismo de libre mercado, respeto a la propiedad privada, certeza jurídica y elecciones libres.
Esta es la verdad, aunque a veces, da la impresión de que al capitalismo hay que salvarlo de sí mismo. Es cierto, hay excesos, abusos y corrupción, pero son prácticas mercantilistas, no capitalistas.
Por eso, ya no es el comunismo el enemigo principal de la democracia liberal y capitalista, sino el populismo. Sin embargo, hasta los populistas que se dicen de izquierda, por hipócritas, se cuidan mucho de aplicar las recetas comunistas: nacionalizaciones, colectivismo y estatismo económico, pues saben que no funcionan. Practican el mercantilismo corrupto de compinches, a lo Putin, con alianzas mafiosas, monopolios, y privilegios a los sumisos mientras paguen las mordidas acordadas.
Solo los cavernarios y gansos iletrados de Maduro en Caracas y los herederos de Castro en La Habana, además de ser criminales, tienen destruidas sus economías.
El capitalismo no es perfecto, pero, es el sistema que ha permitido que un ser humano que nace pobre no tenga que morir siéndolo.
Donde se practica un capitalismo liberal en competencia, con políticas públicas efectivas y transparentes se garantiza una fuente de oportunidades y bienestar, se fortalecen las clases medias y más familias salen de la pobreza. Habrá más ricos, es cierto, pero también habrá menos pobres.
Los desafíos del capitalismo para el Siglo XXI no son menores, pero sigue siendo el único camino al desarrollo de las naciones.
A pesar de esto, la palabra “Capitalismo” provoca una sensación de injusticia, desigualdad y egoísmo que la hace impronunciable, por un lado, para políticos en campaña pues se quedan sin votos; y por otro, para empresarios que se avergüenzan de lo que son y representan.
Ese complejo de inferioridad debilita al sistema que ha traído riqueza y modernidad a las naciones desarrolladas.
Documentarse, aprender, practicar la sensatez y desarrollar un pensamiento crítico sobre El Capitalismo evita reducirlo a etiquetas baratas manejadas por golfos, populistas, analfabetos y oportunistas.
El capitalismo en democracia liberal debe preservar su origen en espíritu e intención para garantizar las condiciones de libertad que son el único camino a la prosperidad de los pueblos.