Editorial del programa Razón de Estado número 213
América Latina se pasó los últimos 100 años en el vaivén de los ciclos, los columpios y los subes y bajas. Hemos tenido épocas de progreso y esperanza; de retroceso y frustración.
A pesar de los golpes y las traiciones a la democracia, a la ley y a la libertad, en los últimos años, si nos comparamos con décadas pasadas, se debe reconocer que hemos mejorado y avanzado en casi todos los campos de la vida; pero no lo suficiente. Y hoy, el futuro próximo está en peligro.
Los desafíos del mundo en el Siglo XXI están marcados por la insuficiencia de tantas cosas, la confusión de tantas otras, la mala leche de quienes se aprovechan de las circunstancias y la forma en que la mentira, las intrigas y la maldad caminan como fuego en gasolina.
Las ideologías, lejos de ser material para discusiones de alto nivel en democracia, se convirtieron en la excusa que unos ponen para meter miedo y otros para exacerbar los odios porque las expectativas están lejos de la realidad.
Así, la noticia es que, en América Latina nos la hemos pasado dando bandazos, de golpe en golpe, de miseria en miseria, de mentira en mentira, acumulando insuficientes victorias y dejando atrás a demasiada gente a causa de la incultura y la brutalidad que imponen unos y otros.
La historia detrás de esta historia es que la política se convirtió en puente y plataforma para cualquier cosa menos para trabajar en libertad con la gente por el bienestar del colectivo.
Demasiados Países en los 4 continentes están llenos de políticos que, cuando meten las manos para resolver los problemas que ellos mismos causaron, son nuestros derechos los que terminan comprometidos y nuestras libertades las que salen trasquiladas; y esto, ante la indiferencia o la complicidad de las élites.
Así, el mundo, y en especial América Latina, viven una época de confusión, desorden y desesperanza. Nos dicen que vivimos en democracia, pero la realidad es que estamos regresando a la barbarie de la ley del más fuerte y el sálvese quien pueda.
Con escasas excepciones, lo que están haciendo desde México hasta la Argentina con la democracia liberal y sus valores republicanos podría regresar a la América Latina a los peores años del Siglo XX.
Es cierto que la democracia tiene defectos y pasa por mal momento, pero cualquier otro sistema solo produce subdesarrollo y pobreza. Por eso es tan importante dejar de llamar democracias, por un lado, a las naciones gobernadas por bandidos que se dicen de derecha; y por otro, a las naciones capturadas por populistas de izquierda radical que, también son bandidos, aunque pretendan hacerse pasar por demócratas.
En América Latina, la de político debe ser una de las pocas profesiones para la que no hace falta tener ni la primaria. La economía, el derecho, la ciencia, la diplomacia, el honor y la decencia son materias desconocidas para esa horda de estafadores que arrasan el continente y buscan el poder político por ambición y sin escrúpulos, para hacer de naciones enteras, fincas personales. Se atreven a todo porque todo lo ignoran. Y porque nadie pide cuentas. Por eso hace tanta falta el ciudadano.
Los escándalos del gobierno peruano, la complicidad y el amiguismo del nuevo presidente de Colombia con la dictadura criminal de Caracas y la destrucción de Argentina a manos del peronismo populista son solo tres ejemplos que ratifican que América Latina navega en aguas sórdidas, turbulentas, predecibles.
Por eso hace tanta falta el ciudadano, presente, valiente, amante de la libertad; para dejar de vivir en el disparate y lograr que algún día dejemos de ser pueblos que merecemos la historia y los gobernantes que tenemos.