Editorial del programa Razón de Estado número 157
Las generaciones de ciudadanos, adultos y viejos, como yo, hemos vivido en Guatemala, por lo menos una dictadura, el conflicto armado, un terremoto mortal, el nacimiento de una democracia que creció mal, una república que nunca llegó, varias tormentas devastadoras, incluyendo el diluvio de la corrupción que no se detiene; pero nunca habíamos sentido los dolores y las penas que la pandemia que afecta al mundo trajo a Guatemala.
La suma de una pandemia a las desgracias políticas, sociales y económicas pesan y pisan fuerte en el estado de ánimo ciudadano y en la vida de la nación.
La amenaza y el impacto en la salud, la implosión de nuestro sistema hospitalario, a pesar de la entrega y los sacrificios de quienes intentan mantenerlo a flote, los enfermos graves, los amigos y los seres queridos que estamos perdiendo, nos convierten en habitantes, testigos y navegantes de la crisis más severa y dolorosa de los últimos 60 años.
Ansiedad, desconfianza, incertidumbre, miedo y desesperanza son emociones que invaden nuestra mente y nuestro corazón en estos días; y no es para menos.
Todo lo que pensamos que era estable y permanente: instituciones, personas, ideas, modelos de negocio, formas de trabajar, la vida diaria, la vida misma, resultaron ser frágiles e inestables.
Estas emociones que afectan nuestra vida, por nuestro bien, debemos reconocerlas, sentirlas y trabajarlas; pero, para vencer la pandemia, debemos superarlas. Y para eso, aunque nos cueste creerlo, nuestro ánimo y nuestra actitud, nuestra mirada y nuestra confianza deben verse en un futuro de salud, de oportunidades y de victoria. Que vendrán; pero no vendrán solas. Habrá que trabajar por ellas.
Hoy toca enfrentar la pandemia en naciones donde la mayor parte de su gente trabaja en la mañana para comer en la tarde, no tienen recursos y la vacuna aún no les llega; pero necesitan libertad y deben cuidarse con responsabilidad.
La paradoja es que esto no es una contradicción; la historia y científicos de todas las ciencias y las artes, coinciden en que, para países como los nuestros, la única opción es vivir y trabajar, cuidando nuestra salud, con el compromiso de que nadie muera del virus ni de hambre. Las comunidades y sus líderes deben hacer su máximo esfuerzo para lograrlo.
Las pandemias son una tragedia, y más en países subdesarrollados donde las nuevas variantes y el contagio avanzan sin freno ni piedad y los hospitales se desbordan.
Hace un año, afirmamos desde esta tribuna que lo peor estaría por venir. Parece que el momento llegó, y no es fácil de aceptar; pero esa es la realidad de las pandemias.
Cuando en el futuro se escriba la historia de esta crisis, las naciones que la contarán con menos penas y menos dolores serán aquellas en las que privaron la libertad con responsabilidad, y donde se hicieron presentes la confianza, el respeto y la solidaridad entre hermanos.
La lección más grande de esta historia se llamará humildad. La Madre Naturaleza está ganando una batalla más a casi 8 billones de seres humanos. Nada nuevo, pues en 4,500 millones de años, las ha ganado todas.
Lo que sí está en nuestras manos es enfrentar esta crisis con dignidad y aprender la lección de humildad.
Como dicen, vivimos el año en que se detuvo el tiempo y extrañamos a la gente que ni conocemos; pero estoy convencido de que al final venceremos, saldremos adelante y veremos aquel pasado que es hoy presente, como tiempos en los que, a las generaciones de hoy, toco sacar el pecho, ofrecer el corazón y dar lo mejor de nosotros para construir una sociedad responsable, unida y solidaria.